3:30 horas...

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Santiago extrajo un incensario dorado del interior de su bolso.

—¿Ese es el de la iglesia?—

—Así es...

—No se supone que...

Santiago lo hizo callar, fulminándolo con la mirada.

—Se supone que esto no puede salir de la iglesia, pero todos sabemos que los guardamos en otro lado porque son.... Valiosos...— El exorcista asintió en silencio.— Ahora, solo yo u otro párroco puede usarlo así que... No lo van a extrañar por una noche...

El sacerdote prendió un carboncillo con ayuda de un fósforo, lo metió en el interior del recipiente y cargó con un poco de incienso dulce que traía dentro de un frasco de vidrio. Cuando empezó a lanzar el humo suficiente, lo tapó y dejó que el humo comenzara a escapar por las pequeñas rendijas, inundando la habitación.

—Probemos esto a ver si logramos conseguir una respuesta.... Pero si no funciona, no sé qué más podemos hacer... —

El humo del incensario no tardó en inundar la habitación.

El sacerdote se puso de pie y tomó el objeto dorado por la cadena para luego pasearse por las habitaciones de la estación, inundándolas con el humo cargado con el aroma de las hierbas quemadas, mientras repetía una oración en silencio para ayudarse a concentrarse.

Tras unos largos segundos, todo se tornó de un color gris claro y se llenó de silencio.

Santiago miró a su alrededor a la espera de encontrarse con alguien, pero el astral estaba vacío. La estación seguía venida a menos, pero la luz grisácea del plano etéreo se filtraba por todos los huecos del edificio. Santiago vio el vaho de su respiración en el aire, pero no sintió ni frío ni calor. De hecho, no sintió nada. Ninguna presencia. Ningún sonido fantasmal a pesar de estar en el plano de los espíritus con el velo en su estado más fino para facilitar la comunicación.

—Realmente estoy solo...—concluyó tras esperar unos segundos y se animó a salir de la estación.

el andén lo recibió con una estela fantasmal que casi no le permitía ver más allá de las vías. La pequeña parrilla con las brasas apagadas se veía difusa y los troncos que usaron de asientos más viejos y resecos que nunca, casi como si estuvieran petrificados.

El sacerdote paseó su mirada por los alrededores y decidió rodear la edificación para dirigirse al lugar que había despertado su curiosidad horas antes.

Los yuyos que antes le parecían modestos, de golpe, ya no lo eran, sino que parecían detenidos en el tiempo, como si una estela de cenizas los hubiese petrificado al instante.

La neblina etérea no le dejaba ver mucho más allá del plano físico, así que tuvo que recorrer todo el camino casi a ciegas hasta toparse con la tranquera que daba paso a la casona perdida en el campo. Alzó la vista y no pudo ver nada. La niebla era muy densa, casi tanto como si estuviese dentro de una nube.

Santiago miró a su alrededor y notó que todavía era capaz de ver la figura difusa de la vieja estación, como así también de los alrededores, pero en cuanto se enfocaba en la vieja casa, la neblina se volvía espesa, casi como si quisiera ocultarla de la vista.

No hay nada... —oyó la voz de Matías a lo lejos y se sobresaltó.

Abrió los ojos.

Estaba de pie en la habitación en la que había iniciado la defumación, aun con el incensario en la mano y rodeado de penumbras. El humo ya se había disipado y solo quedaba el vago recuerdo de su experiencia reciente y una leve estela de olor a incienso quemado.

#1 Una noche en la estación abandonadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora