Claridad...

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Matias abrió los ojos y observó largamente un techo de madera.

—Ah... — Respiró profundo y notó que estaba acostado en una cama bastante dura. —¿Dónde estoy? —miró a su alrededor intentando ubicarse sin mucho éxito.

Lentamente recordó los eventos de lo que creía, fue la noche anterior.

Se llevó ambas manos a la cabeza y se sentó en el colchón.

—No puede ser... — sintió un frío gélido recorrer su espalda y se abrazó a sus piernas sintiéndose repentinamente enfermo. — ¿Cómo logré eso? ¿Por qué no estoy muerto?

Se masajeó el pecho intentando mantener la calma y recuperó un poco la compostura.

Notó que aún tenía puesta la ropa del día anterior.

Se levantó.

La luz difusa de aquella mañana cálida y húmeda de verano se coló por las ventanas entreabiertas de la pequeña casa que se encontraba tras la vieja parroquia y Santiago, aún adormilado, disfrutó de su café en silencio, sentado junto a la mesa de la pequeña cocina, mientras observaba sin pensar una tostada que acababa de sacar de la tostadora.

—Buenos días... —Saludó al oír pasos acercándose.

Matias lo saludó aun confundido.

—¿Por qué estamos en tu casa? —preguntó mirando a su alrededor — ¿Qué pasó?

—Te desmayaste... — resumió el sacerdote masajeandose la frente y lo observó.

—¿Ah? ¿Si? — El sujeto se acercó a la cafetera y tomó una taza para servirse un poco del contenido. — No me acuerdo..

— ¿Cómo te sientes? — preguntó su amigo, preocupado.

Matias se dió vuelta para mirarlo y se encogió de hombros.

Tomó una pequeña azucarera y con ayuda de una cuchara pequeña, endulzó su café en silencio.

—Si.... — Retomó el sacerdote resignado ante su falta de comunicación — Te ayudó la niña con la que hablaste al principio de la ilusión... — comentó —¿Seguro que estás bien?

— Si... —mintió Matias y se sentó en una silla frente a él, al otro lado de la mesa —¿Que hizo?

—Dijo que había sido ella la que te retuvo. Al parecer pensaba que ibas a matar a Alfredo —

Hubo un breve silencio.

Matias bebió de su café en silencio, tomándose su tiempo.

—Pero... Maté a Alfredo — concluyó con amargura y desvió la vista.

Santiago lo miró atentamente.

—No hay rencores. Al menos no según ella — rememoró —De hecho te salvó la vida porque te quitó la maldición del peso del resentimiento de Alfredo de encima...

—Menos mal... —comentó Matias dejando la taza sobre la mesa, masajeandose el cuello. —No sabía si iba a sobrevivir a eso...

—¿Qué sentiste? —preguntó Santiago, presa de la curiosidad.

—Dejé de respirar porque sentí una piedra en el pecho — resumió el exorcista — Y caí al suelo...

—¿Nada más?

—No, nada... —hizo memoria —Es decir, estaba mal porque acababa de desterrar un alma pero de repente sentí que no podía moverme ni respirar...

—¿Pero recuerdas que saliste de la casona?

#1 Una noche en la estación abandonadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora