Bucle temporal

1 1 0
                                    


Sus pasos resonaron en el interior de la habitación. El leve eco era lo único que les indicaba que había algo extraño en ese lugar. Eso y la falta de sonidos más allá del reloj.

—Que... Acogedor — ironizó Guadalupe mirando a su alrededor, apreciando la nitidez de aquella ilusión. —Parece tan....

—Real.. —Santiago terminó la frase por ella.

—¡Abuelo Alfredo! —apareció una pequeña niña corriendo por el pasillo —¡Ya casi es hora de salir a jugar! —gritó emocionada.

—¿Terminaste tus tareas, corazón? —respondió el hombre con cariño.

—¡Ya casi! — Volvió a irse corriendo a abrazar a su padre que venía por el pasillo, seguido de su esposa.

—Que adorable... —comentó Matias acercándose al mayordomo. —¿Cómo se llama?

Vió al hombre mover los labios pero no oyó su nombre.

El exorcista tuvo un mal presentimiento.

Oyó pasos acercándose y vió a Santiago.

—¿Alfredo?— preguntó el recién llegado con un hilo de voz ante la nitidez onírica de la situación —¿Puede decirme qué fecha es hoy?

—Claro, joven. Tres de Enero de mil novecientos treinta y seis.

—Gracias... —Respondió el sacerdote y se alejó un momento para mirar a Guadalupe.

—Así que estamos en una burbuja temporal... —concluyó ella en susurros.

—Así parece —

Hubo un breve silencio mientras ambos miraban correr a la niña de un lado al otro.

—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó ella de repente.

Rompiendo la burbuja.. —respondió Matias acercándose a ambos. —Si es que es una burbuja...

—¿Crees que no lo sea? —preguntó Guadalupe.

—Me preocupa la ausencia de espíritus... Usualmente estas cosas suelen estar acompañadas de entidades que se retroalimentan con las mismas energías... — observó el exorcista —Así que creo que hay algo más...

Guadalupe observó a su alrededor.

— ¿Cuántos fantasmas hay aquí? — preguntó Matias en busca de confirmación.

Guadalupe frunció el ceño ante lo repentino de su pregunta.

— Uno... — Respondió de repente.

— ¿Uno? — preguntó Santiago confuso, mirando a la familia de por lo menos cuatro almas.

—Que tus ojos no te engañen— respondió Guadalupe. — Solo siento la presencia del espíritu de Alfredo.... El resto son...

— Una ilusión— terminó Matias— Creada por sus emociones... El impacto de la tragedia debió ser muy fuerte para él como para llegar a este punto...

—¿Crees que era hechicero? — preguntó la mujer incrédula.

Matias pensó un momento.

—No lo creo... —concluyó Santiago por el —Se sabe que los hechizos más poderosos estan acompañados de una fuerte carga emocional... Si realmente quería a esa familia, no me sorprende que haya sido capaz de crear esto, producto de la autoprotección ante la tragedia...

—Exacto. De hecho, lo peor de todo, es que no necesitas tener magia para caer en este tipo de trampas emocionales... — reflexionó Matias.

— Bueno, era su familia — concluyó Guadalupe con un dejo de tristeza en su voz mientras el trío observaba como los otros seguían con su rutina como si nada pasara.

Matias reevaluó la situación en silencio, rascándose el mentón con dos dedos.

—Hay que hablar con él...— soltó de repente.

— ¿Vas a intentar convencerlo?—preguntó Santiago.

— Es la forma más fácil... — concluyó su amigo con cuidado.

— ¿Y qué vas a hacer si no lo consigues?— preguntó Guadalupe al notar su incomodidad.

El exorcista no respondió.

No estaba seguro. Así que, posiblemente, tendría que improvisar. Y si algo odiaba hacer en esas situaciones era improvisar.

Vio que la niña imaginaria corría de un lado al otro y se acercaba al espíritu para mostrarle sus muñecas y comentarle sobre los vaivenes de sus vidas imaginarias.

Matias no pudo evitar notar que le recordaba a una de esas muñecas antiguas que había visto alguna vez en los escaparates de algún anticuario perdido en las callecitas de San Telmo. Aquellas muñecas de porcelana, cuya piel blanca destacaba por sus cachetes rozagantes, grandes de color verde y cabello rubio prolijamente recogido en una media cola que caia por detrás de sus hombros en forma de bucles perfectos.

La niña era igual a aquellas muñecas, de hecho su prolijo vestido blanco, conformado por una camisa delicada blanca de mangas cortas, una pollera larga y amplia hasta las rodillas y zapatos claros con medias largas a juego, no hacían más que resaltar sus cabellos claros.

Matias se acercó al hombre una vez más, quien seguía desviando dulcemente a la niña de la puerta que daba al jardín mientras esperaba algo.

Se paró a su lado, atento.

El hombre lo miró con cierta curiosidad.

—¿Sucede algo?

—Tiene que dejarla salir... —respondió el exorcista bajando la voz.

El mayordomo miró al joven de cabello oscuro y abrió los ojos como platos, como si acabara de recordar algo importantísimo. Luego volvió a cerrarlos con fuerza y meneó la cabeza, lamentándose en su interior.

— No puedo...

Matias suspiró largamente mientras veía a la niña de rizos dorados correr de aquí para allá con una muñeca de trapo en su mano.

— Me pediste que viniera para algo... —Insistió acercándose un poco más y le mostró el sobre.

El mayordomo desvió la vista e intentó mantener la compostura sin mucho éxito.

—Si la carta le ha llegado, padre... —Habló con un hilo de voz —Es porque nuestro tiempo aquí se ha terminado... — Miró la escena de ambos padres con la niña pequeña.

Matías asintió en silencio.

— Tienes que dejar que suceda, Alfredo — concluyó el exorcista, desviando la vista de la familia perfecta.

El mayordomo lo miró aterrado.

— Pero... Padre, es solo que... — El hombre miró a la niña con los ojos vidriosos —Es tan joven...

Era... —Corrigió Santiago en susurros, acercándose a su lado. —Usted también, e hizo todo lo que pudo...

—Pero mírenla... Allí está tan viva y tan feliz con sus padres...

Matías se interpuso entre el mayordomo y la imagen de la familia.

—Ya no está viva, Alfredo... —comentó con voz calma — Y usted tampoco...

El mayordomo lo miró un momento y luego se miró las manos por un largo rato.

—¿Morí? —preguntó genuinamente confuso.

—Si —Respondió Santiago —Esto pasó hace casi cien años, Alfredo...

El mayordomo lo miró expectante y reflexionó en silencio.

Santiago comprobó que la confusión del No tiempo era real.

— Esto va a ser un poco más difícil de lo que parece... — comentó. 

#1 Una noche en la estación abandonadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora