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—¡Desterró su alma! — soltó mortificada con un hilo de voz — El ES la muerte... —concluyó la mujer dando un paso atrás.

Santiago la miró con resignación.

—Es el precio a pagar por una maldición heredada...— Le respondió en susurros y se acercó al joven, que había quedado de pie frente a la puerta, ahora bloqueada con maderas podridas. —¿Estás bien? —Le preguntó al notar que aún seguía empuñando su espada, que ya no estaba ahí.

Matías tardó unos segundos en responder y miró su mano vacía.

—No... —Respiró profundo intentando calmarse ante el impacto emocional de lo que acababa de hacer —Es como dices... —soltó de repente, mirándolo con resignación —Ya debería estar acostumbrado a este tipo de cosas...

Santiago negó con la cabeza.

—No, claro que no.... — intentó justificarlo pero Matias no lo miró.

Revisó la hora en su reloj pulsera y notó que eran las cuatro cuarenta y cuatro.

El exorcista miró a Guadalupe, quien seguía de pie en el mismo lugar.

La mujer le devolvió una mirada cargada de miedo.

Matias desvió la vista y caminó lentamente hacia el hueco de la puerta de entrada, ignorándola por completo mientras se masajeaba la palma de su mano izquierda.

Guadalupe se puso de pie.

—¿Nos vamos? —llamó su atención Santiago y le hizo una seña para que salieran.

La mujer asintió en silencio.

Ambos salieron de la casona abandonada y vieron de pie a Matias dos metros más adelante, mirando hacia la casa.

—¿Pasa algo? —preguntó Santiago con cuidado.

El profesor negó suavemente con la cabeza, se dió vuelta para caminar hacia adelante, se tropezó consigo mismo y cayó pesadamente al suelo.

El sacerdote tardó un par de segundos en comprender qué era lo que estaba pasando y corrió hacia él seguido por su ex compañera de hábitos. Ambos notaron que estaba inconsciente, pero respirando y lo dieron vuelta con cierta dificultad.

—¡¿Matias?! ¡Oye! —cacheteó al profesor intentando lograr que volviera en sí, pero no obtuvo resultado. Solo notó que un hilo de sangre comenzaba a salirle por la nariz — ¡No puede ser! ¡No de nuevo!

—¡¿De nuevo?! — protestó Guadalupe y los ayudó a levantarlo.

—¡Tenemos que sacarlo de aquí, pronto! — insistió el sacerdote pasando uno de sus brazos por encima de sus hombros.

—¡¿Ya le había pasado antes?! —Se preocupó Guadalupe.

—Si... —protestó el joven. —Esto pasa cuando recibes una herida en el mundo astral y regresas al plano físico como si nada...

Guadalupe contuvo la respiración.

—¡¿Qué herida?! — lo revisó ella. —¡¿No será que es consecuencia de haber desterrado un alma sin más?! — preguntó genuinamente confusa.

Santiago la miró con advertencia. Ella sostuvo su mirada con seriedad.

—Sabes que es verdad... Nadie más puede hacer esto... — comentó.

—El si... — reformuló Santiago —Es su puto trabajo...

Hubo un tenso silencio entre ambos.

Disculpen... — oyeron una voz aguda a sus espaldas. Ambos sintieron un frio recorrer sus espaldas y miraron hacia la casa por instinto.

Una niña pequeña de cabellos dorados y un vestido blanco con manchas oscuras los miró con calma.

Es mi culpa eso... — comentó con genuina tristeza — Pensé que iba a lastimar a mi abuelito.. — Se acercó a ellos — Pero él solo quería ayudarlo a salir...

—¿Puedes ayudarlo? —preguntó Santiago preocupado.

Creo que sí... —comentó ella algo confusa.

—Adelante... — se puso de pie Guadalupe y dió un paso hacia atrás para dejarle sitio. Santiago la imitó.

La niña se acercó al exorcista desvanecido y, haciendo un gesto grácil, como si bailara una vez más, apoyó sus dos pequeñas manos en el pecho del joven profesor.

Gracias por liberar a mi abuelito de su tristeza... —soltó de repente y extrajo una pelota negra del interior del pecho del joven — Me da pena que no pueda acompañarme a jugar pero creo que es mejor así...— La liberó al cielo y la pelota se disolvió en el aire.

—¿Podemos ayudarte? — preguntó Santiago unos segundos más tarde mientras la veía hacer un gesto como si cosiera una herida en el pecho de Matias.

Uhm, no. Ya está.... — se puso de pie — Solo necesita dormir más...

—¿Qué hay de ti? —preguntó Guadalupe confusa.

La niña la miró con sus enormes ojos verdes.

¿Yo? —pensó un momento y se balanceó a los lados —Ya soy libre.. — sonrió alegremente — Ahora puedo bailar donde quiera

—Que bueno... — sonrió Guadalupe.

Asi es... — asintió ella y se acercó a la mujer —No tengas miedo... —le dijo — Todo esta bien asi... No había otra manera...

Guadalupe la miró confusa y asintió.

—Bueno... —respondió.

#1 Una noche en la estación abandonadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora