No tiempo...

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Guadalupe contuvo la respiración.

Matías, más acostumbrado a esta clase de interacciones, se adelantó un par de pasos. Tomó la tranquera con ambas manos, y tras un par de segundos, la corrió para abrirles paso y entrar en la propiedad.

Los otros dos lo siguieron iluminando el camino con sus linternas y poco a poco fueron acercándose a la casa semi derrumbada mientras la temperatura ambiente descendía más y más a medida que acortaban la distancia a la edificación de dos pisos, cuyas paredes descascaradas y llenas de vegetación le dieron un aspecto lúgubre.

—¡¿Hola?! —Llamó Matías alzando la voz y usando sus manos para ampliar el eco.

Hubo un breve silencio.

Santiago notó el vaho de su respiración y sus dedos entumecidos de la mano izquierda, que aún sostenía la linterna con fuerza.

Las tres linternas parpadearon casi al unísono.

¿Puedo ayudarlos?—oyeron un susurro a sus espaldas.

Los tres se sobresaltaron y no tardaron en iluminar a su interlocutor.

La figura de un hombre alto, de unos setenta años, algo encorvado, los miró con amabilidad. Llevaba un traje elegante, el cabello cano prolijamente peinado y había adoptado una postura servicial, con las manos hacia atrás, como a la espera de un pedido. Sus rasgos difusos dejaron en evidencia que no era un ser humano, sino que se trataba del primer espectro que se cruzaban allí en lo que iba de la noche.

—Ah... Si ¿Puede ser que hayan solicitado mis servicios?—preguntó Matías, aclarándose la garganta, tras recomponerse del susto, y le mostró la carta con el sello en la parte posterior.

El espectro lo miró unos momentos que parecieron eternos.

Puede ser... —Respondió con cuidado y caminó hacia ellos.

El trío se hizo a un lado para dejarlo pasar y vieron como todo a su alrededor iba iluminándose levemente, adoptando un tono grisáceo.

Matías siguió en silencio al hombre.

Guadalupe y Santiago permanecieron un momento en su sitio.

—¿Estamos en el Astral?— preguntó Guadalupe con un hilo de voz al notar que todo a su alrededor cambiaba levemente.

Santiago miró a Matías, y notó que una capa negra se iba materializando sobre sus hombros a medida que caminaba.

—Así parece... —Se miró a sí mismo y notó que sus ropas también habían cambiado, revelando que llevaba una capa blanca larga hasta por debajo de las rodillas.

Miró a Guadalupe y notó que ella también llevaba una capa muy parecida a la suya, adornada con insignias plateadas.

—Puede que hayas abandonado los hábitos, pero no las viejas costumbres... —Señaló con una media sonrisa, haciendo alusión a su capa con toques eclesiásticos.

—Algunas cosas nunca se olvidan...—Le devolvió una sonrisa resignada ella. —Aun así, no me acostumbro cuando me llevan de repente al astral... —Suspiró —Por lo menos denme un aviso, así me preparo mentalmente...—

—Eso no va a pasar...—comentó Santiago aburrido mientras seguían a los otros dos y no pudo evitar recordar al espíritu que lo había estado molestando horas antes —Porque las cosas no funcionan así...

—¿Lo decís por el no tiempo?

—¿No tiempo? —La miró intrigado.

—Claro. La confusión de las almas se debe al no tiempo. No tienen forma de sentir que el tiempo transcurre porque eso ya no les afecta de forma directa... Otras energías sí, pero no el tiempo —

—Ah, tienes razón — asintió tras varios segundos de reflexión.—Me gusta el término...

—Es solo una hipótesis mía... —comentó ella con un dejo de orgullo y se detuvo en seco cuando su linterna se apagó de repente.

Santiago guardó la suya dentro de su capa al comprobar que también había dejado de andar.

— Ahora sí, bienvenida al Astral...— señaló.

— Si.... ¿Pero a qué parte del astral? — Observó a Matías con un leve dejo de incomodidad. Santiago percibió su desconfianza y decidió seguir adelante, como si se tratara de un paseo en el parque. Pronto oyó sus pasos acercándose y ambos se pararon junto a Matías, quien estaba de pie frente al umbral de la puerta de la casona.

— ¿Qué pasa?— Preguntó Santiago al ver su semblante serio.

— Miren adentro...

Ambos obedecieron y miraron hacia el interior del agujero de la entrada.

— ¡No puede ser!— soltó Guadalupe abriendo los ojos como platos.

Santiago se quedó sin palabras.

La escena en el interior de la casa no era nada de lo que esperaban.

Una enorme habitación con pisos y techo de madera laqueada. Una escalera de roble lustroso, una chimenea encendida al fondo y varios sillones de época, pulcramente posicionados sobre una alfombra floral con detalles en oro, decoraban elegantemente la habitación. Todo parecía tan nítido que casi podía confundirse con la realidad.

— ¿Pero qué...? — soltó Guadalupe acercándose al umbral de la puerta.

Estuvo a punto de tocarla, pero Matías la detuvo, sujetándola firmemente por uno de sus hombros.

—Como bien dijiste, todavía no nos invitaron a entrar...— advirtió con seriedad.

La mujer volvió a su sitio.

—¿Qué estamos esperando?

—La confirmación,... —Respondió Matías y el trío vio acercarse al mayordomo, quien parecía haber tomado un poco más de color, pero aún seguía viéndose bastante difuminado.

—El amo quiere verlos, pasen por favor... —Señaló con una reverencia y los guió hacia el interior.

Matías entró y sintió el calor real de la chimenea, como así también el piso de madera sólida bajo sus pies. Incluso pudo jurar que un leve olor a pan recién horneado comenzaba a inundar la habitación.

—Pero que... — soltó obnubilado Santiago, unos pasos más atrás.

Por aquí, por favor... — oyeron la voz lejana del mayordomo fantasmagórico.

Un reloj marcó las dos de la tarde.

#1 Una noche en la estación abandonadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora