Capitulo 2

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Fue tan grande el silencio que siguió a la pregunta de Carlos que, si una pluma se hubiera posado sobre el suelo en ese momento, habría sonado tan fuerte como una roca.

Estupefacta, Liv abrió la boca para responder y, al momento, la cerró de nuevo tras descubrir que , Carlos tenía la mirada absorta en sus labios. Liv examinó cada uno de sus gestos, incapaz de creer lo que estaba oyendo. No podía haber dicho lo que ella acababa de escuchar. Y si de verdad había dicho eso, sin duda Liv debía de haberlo interpretado mal.
Consciente de que sus legendarias habilidades de negociación le habían traicionado esa vez, Carlos intentó recuperar su ventaja.
-Piensa en ello -dijo Carlos-. Hace ocho años no éramos más que unos adolescentes. Así que hicimos lo que teníamos que hacer y luego cada uno continuó por su lado. Ni siquiera intentamos vivir juntos. Pero ahora somos adultos y hemos aprendido más de la vida.

Liv sintió como si un cohete fuera a salir disparado de su interior. Cerró firmemente sus ojos. ¿Qué demonios le pasaba a Carlos? Ocho años después de haber roto su corazón en mil pedazos con su habitual indiferencia, Carlos estaba intentando dar una oportunidad a su matrimonio como si tratara de salir a comprar un par de zapatos nuevos. A Liv le entraron ganas de gritar, pero jamás se rebajaría a hacerlo antes de tener la oportunidad de reprocharle a Carlos su increíble osadía. ¿Cómo atrevía a ofrecerle ahora lo que más había ansiado hacía ocho años? Liv pensó en las cosas que guardaba en el interior del baúl de madera que se encontraba en un rincón justo detrás de Carlos. El corazón de Liv empezó a galopar y a punto estuvo de pararse al notar cómo regresaban las viejas angustias. Ella no era lo suficientemente alta ni atractiva ni delgada para un hombre que hacía que se girasen por la calle tanto las cabezas de las mujeres como las de los hombres.

-No, gracias -contestó Liv como si acabara de rechazar una bebida.

Carlos no podía dar crédito a la manera con la que Liv lo estaba rechazando. Estaba sacándolo de quicio, pensó Carlos lleno de ansiedad. En lo más profundo de sí mismo, siempre había guardado la esperanza de que algún día sentaría la cabeza con Liv. Algún día. Nunca había dudado de ello. Nunca había sentido siquiera la necesidad de pensar en ello. Sabía que Liv le esperaría. Que esperaría, con la paciencia que caracterizaba a una mujer inteligente como ella, a que él estuviera por fin preparado para comprometerse.

-Piensa en lo que estás diciendo -dijo Carlos con apremio-. Se trata de ti, de mí y del hecho de que ya estamos casados.

-Sólo sobre el papel...

-Pero podríamos hacer que fuera real... -dijo Carlos lentamente, con su profunda entonación griega.

Sólo Dios sabía cuánto se había esforzado siempre Liv por resistirse al intenso carisma de Carlos. Hubo un tiempo en el que una ocasional sonrisa de Carlos, o incluso un matiz de ternura en sus ojos, había bastado para hacer que el corazón de Liv se desbocara. Pero ese tiempo había pasado, se dijo Liv sin compasión.

-No quiero hacerlo real.

Carlos tocó a Liv con sus firmes manos y ella se dejó estrechar entre sus brazos. Bajo el pecho de Liv latía con fuerza su corazón. Algo en su interior le pedía que diese un paso atrás, que se echara a reír y que se retirara con estilo. Sin embargo, había un problema: no quería. Una pequeña voz emergió del subconsciente para decirle que tenía perfecto derecho a dejarse llevar por la curiosidad y averiguar qué era lo que sentía al tenerle cerca, pecho contra pecho.

-Puede que yo no sea lo que se dice un romántico... pero, en otros aspectos, soy bastante bueno -ronroneó Carlos.

-Eres demasiado modesto -Liv estaba tan tensa, tan embargada por la expectación, que apenas podía respirar. Oprimida por una intensa confusión, era incapaz de pensar. Se sumergió en el tacto de los largos y broncíneos dedos de Carlos, que le recorrían las mejillas para zambullirse después en la cabellera. Le levantó ligeramente el rostro para poder estudiarla mejor con sus impresionantes ojos dorados.

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