Epilogo

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Dos años más tarde, Carlos llamó al veterinario. Uno de los labradores de Liv acababa de fallecer y Carlos pidió al veterinario que buscase otro perro para sustituirlo. Como ya conocía la política del refugio tan bien como Liv, Carlos sabía que era fácil encontrar un hogar tanto para los cachorros como para los perros de pedigrí, así que decidió que el perro de su elección debía caer fuera de esas dos categorías.

-Esperé hasta tener cuatro candidatos reunidos para que pudiera usted elegir -le dijo el veterinario a Carlos, conduciéndolo a las perreras-. El perro que se quede con la señora Sainz será un perro muy afortunado.

Y prosiguió:

-Este es Doodle. Tiene buena salud, pero es viejo -el veterinario hizo una mueca-. Su dueño murió.

Se trataba de un collie de pelo grisáceo, que saludó a Carlos con la cola a través del enrejado.

-Milly sufrió un accidente, sólo tiene un ojo -Carlos examinó al labrador de aspecto bondadoso que saltaba para darle la bienvenida.

Carlos sonrió antes de continuar con la visita.
-A Peanut lo encontraron atado a un poste.
Un pequeño terrier se encogió con ojos asustados al ver a Carlos y se retiró al fondo de la perrera.
-Y, por último, tenemos a Sausage.
Carlos se encontró con los indolentes ojos de un perro salchicha con un larguísimo cuerpo sostenido por unas piernas incongruentemente pequeñas.

-Por supuesto, si no encuentra usted un candidato apropiado entre estos cuatro, intentaré reunir por lo menos otro par para la semana que viene.

-¿Y qué pasara con estos perros? -Carlos preguntó.
El veterinario se encogió de hombros.
-No tienen solución. El ayuntamiento se encargará de ellos, pero es muy poco seguro que encuentre un hogar para ellos. Yo intento quedármelos el mayor tiempo posible.

Carlos palideció poco a poco según empezó a comprender lo que las palabras del veterinario significaban. Se dio la vuelta para examinar a los perros otra vez. Los que rechazara irían directos a la gran perrera del cielo, así que se vio obligado a tomar la decisión más sabia posible.

Mientras Carlos estaba tomando su decisión, Liv admiraba la caída del traje de noche de seda color borgoña que se acababa de poner. Le dejaba los hombros al descubierto y realzaba sus curvas. Le había costado un poco de trabajo deshacerse de los kilos que había ganado durante su embarazo, pero ahora estaba encantada con su esbelta y voluptuosa figura.

Por la noche, Carlos y ella iban a celebrar el segundo aniversario del día en que el sacerdote bendijo su matrimonio. Lucía diamantes en los pendientes y en el cuello. Resplandeciente, avanzó por el corredor hacia la habitación de los niños. La vida, reflexionaba Liv, estaba siendo mucho mejor qué buena. Después de esperar unos meses antes de intentarlo de nuevo, Liv se había quedado casi inmediatamente embarazada de gemelos. Aunque Carlos y ella habían estado un poco nerviosos durante las primeras fases del embarazo, todo había ido muy bien y sus hijos, un niño y una niña, gozaban de buena salud. Carlos había resultado ser un padre devoto, al que le encantaba pasar el tiempo con sus hijos.

Carlos había aceptado el mando de Demakis International, pero sólo después de que el padre de Cassia y su reemplazo fracasaran en el puesto de director general. La junta directiva recurrió a Carlos y, literalmente, le rogaron que aceptase el puesto. Ahora, el imperio de su abuelo surcaba tranquilamente el mar de los negocios capitaneado por su esposo. Carlos había reestructurado los negocios contratando un equipo directivo más fuerte, de modo que no tuviese que dedicarle demasiadas horas al trabajo.

Aunque ahora pasaban mucho tiempo en España por los asuntos de la empresa y con frecuencia hacían escapadas en jet los fines de semana y en vacaciones, sus vidas estaban firmemente asentadas en la abadía de Oakmere, la cual había sido remodelada por completo para ofrecer el lujoso confort que a Carlos le gustaba. Liv había quedado conmovida al descubrir que Carlos le había traspasado la propiedad de la abadía cuando los negocios habían empezado a irle mal por culpa de su abuelo. El refugio iba viento en popa y Liv había tenido que contratar más personal. Con frecuencia participaba en actos de beneficencia locales, aunque se había visto obligada a reducir esas actividades después del nacimiento de los gemelos.

Cuando se asomaba a la habitación de sus hijos y miraba a los gemelos, su corazón saltaba de alegría. George, que finalmente había empezado a salir con Stella, había sido el padrino en el bautizo de los niños. A los diez meses, Andreus ya era todo un caballerito con el mismo cabello oscuro de su padre. Su hermana, Georgenora, era algo menos alta, pero con un carácter lleno de determinación e increíblemente guapa con una piel nívea y unos enormes ojos color café. Mientras dormían tenían un aspecto adorable y sosegado.

-¿En qué estás pensando? -dijo Carlos desde la puerta.

Liv agitó la cabeza, con el pelo castaño cayéndole sobre los hombros y sus sonrosados labios formando una sonrisa.

-Que cuando uno mira a estos diablillos mientras duermen, no se puede imaginar lo trastos que son cuando están despiertos.

-Con lo orgullosa que estabas cuando empezaron a gatear -bromeó Carlos, tomando su mano-. Son un encanto, ¿verdad?

Liv escondió una sonrisa al ver lo orgulloso que su marido estaba de ellos.

-Ahora siento un poco de lástima por Theo. Aquí tiene los herederos que siempre quiso -comentó Carlos.

-Tus padres son unos abuelos maravillosos -replicó Liv.
-Ah, por cierto. Tengo una sorpresa para ti, mi vida.
-Pero si ya me regalaste esto... -Liv extendió la mano para enseñarle el anillo de diamantes y zafiros que Carlos le regaló el día de la bendición del matrimonio. -Bueno, la sorpresa que te quiero dar ahora me pareció una buena idea en cuanto se me ocurrió, pero quizá no lo sea tanto -y con ese comentario críptico, Carlos la condujo escaleras abajo-. Me propuse buscarte un nuevo perro.

Los ojos de Liv se encendieron.
-¿De veras lo has hecho?
-Parecía una cosa sencilla.
Carlos le explicó cuidadosamente todo lo que había hecho para conseguirle el perro.
A primera vista, el patio interior parecía estar lleno de perros. Carlos se acercó y tomó en sus brazos un perro al que empezó a acariciar de forma natural. Un poco inseguro, se dio la vuelta y empezó a presentarle a Liv, uno a uno y por sus nombres, los cuatro anima les que jugueteaban en torno de ella.

-Son todos para ti -concluyó.

Incluso, Liv, la incansable amante de los perros, tragó saliva al oír la noticia.

-¿Todos ellos?
Carlos torció el gesto.
-Bueno, no podía soportar la idea de dejarlos sin hogar.
-Eres un encanto -le dijo Liv henchida de felicidad y dándole un gran abrazo-. Haces unas cosas tan maravillosas por mí.

-¿Como cuáles?

-Por ejemplo, vender tu yate para que pudiera tener la casa de mis sueños -le recordó ella.

Carlos se rió con franqueza.

-Y después, mira por dónde, mi mujercita heredó un yate el doble de grande y el doble de rápido que el mío.

-¿Sabes lo mucho que te quiero? -susurró ella.
-Nunca me canso de escucharlo,mi amor.
Carlos vio cómo el vestido de Liv cada vez tenía más manchas de pezuñas de perro y no pudo evitar reír. Al verlo, Liv le devolvió la sonrisa.

-Cada día que pasa te quiero más -dijo Carlos.
Cuando Carlos le decía "mi amor", Liv sentía cómo el corazón se le llenaba de pura felicidad. Entraron en la casa y se besaron con intenso placer antes de dirigirse al comedor para disfrutar de su almuerzo de aniversario. 

Dinastía EspañolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora