°•cuatro

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      TENÍA que buscar en definitiva los números de otros restaurantes que también repartían su comida a domicilio; ésto de la pizza todos los lunes no era nada sano... Así qué éste sería el último día que pediría una pizza; planeaba dejar pasar mucho tiempo para que mi organismo se limpiara por completo.

Suspiré y miré mi departamento completamente ordenado, mis pies enfundados en medias blancas con las pantuflas lilas y una pijama de shorts amarillo y sueter blanco de algodón. Era la ropa perfecta para disfrutar de una comida grasienta mientras veía la televisión.

Mañana era martes y salía temprano de mi trabajo, aunque debía ir a la academia de danza. Lo que me mantenía con ánimos era la esperanza de que mi mejor amiga se dignase a aparecer por allá. Estaba tan preocupada que habían momentos donde la imaginaba haciendo una locura, rogándole a Dios que no fuera así; que solo estuviera muy triste llorando por los rincones de su habitación y que pensara que ir a la academia el día de mañana le levantaría un poco los ánimos...
Ahí yo podría abrazarla, gritarle por mantenerme con el corazón en la mano y también tal vez golpearla un poco, al provocarme las pocas ganas de comer una rica pizza. Que de hecho, justo ahora acababa de llegar.

Mientras salía de la habitación a pasos rápidos hacia la puerta, a mi mente vino la horrible cara del cretino de Omar.

¿Qué rayos estará haciendo ese idiota?
¿Habría ido a la casa de Amy a excusarse? Aunque si así lo hizo seguro no salió ileso, porque al señor Lynn se le notaban las enormes ganas de estampar sus puños en aquellas estúpidas pecas que lo hacían ver cómo un niño bueno.

¡¿Y si se habían reconciliado y ella no quería darme la cara por ser débil?!

—Ojalá no sea por eso—me sacudí en un escalofrío, puse mi mano en la manija y antes de abrir la puerta pregunté con tono divertido—¿Lucas o Elísamuel?

Abrí la puerta pero ni siquiera me dió tiempo de plasmar una sonrisa en mi rostro. Un fuerte empujón me hizo retroceder desbaratada hasta caer al suelo de espalda, golpeando mi trasero, mi cabeza y toda mi espalda.
Eso me sacó un agudo quejido de dolor.

—Al fin sé dónde vives, perra.—Aquella voz me hizo abrir los ojos que amenazaban con botar lágrimas a causa del dolor.

Omar me miraba con el rostro arrugado y los ojos inyectados en sangre; el enojo, el odio, la aversión y la rabia era lo que se reflejaba en todo él. En las venas marcadas en sus brazo, en su ropa arrugada, en su cabellera rojiza bastante desordenada y su postura rígida.

El miedo creciendo en mi cuerpo; el pánico cobrando vida en mis huesos y el pensamiento de... ¿Qué pasará conmigo ahora?

—Todo es tu culpa —dio un paso hacia mi y a pesar de la fuerte caída y del inmenso miedo, me levanté del suelo rápidamente; poniendo distancia entre nosotros —Seguro le llenaste a Amy la cabeza de pura mierda ¡Debería darte una lección para que aprendas a no meterte en relaciones ajenas! —su boca escupiendo su odio y sus ojos me estaba haciendo temblar.

¿Qué voy hacer?

—No es mi culpa que seas una basura—logré decir antes de que los temblores en mi cuerpo me impidiera hablar con firmeza—¡Eres tú la mierda que le ha hecho daño! —era mi momento de apretar mis puños y de mirarlo con todo la rabia que mantenía oculta por causa de mi amiga—¡Tú fuiste quien la engañó!

—¡Cállate! —corrió hasta a mí sin darme tiempo de esquivarlo. Me tomó de un brazo y me lanzó contra la pared—¡Me las vas a pagar!— otro quejido de dolor y deseé con todo mi ser que algún vecino nos escuchara.

—¡Suéltame!—grité llevando mis manos a su rostro y clavando mis uñas en el; pero tal parecía que la rabia adormecía su dolor—¡Que me sueltes!

Dime que me amas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora