°•uno

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      ME DOLÍAN las piernas al igual que la cabeza, quería llegar rápido a mi departamento para tomar una pastilla, comer algo ligero e irme a dormir hasta el día siguiente que nuevamente me tocaba madrugar.
Aunque la soledad de mi piso era poco acogedora, la necesitaba justo ahora y no despertar en unas buenas horas; mamá siempre me decía que dormía mucho, pero la verdad es que me faltaba sueño y solo llegaba a comer y dormir sin hacerle ni una llamada.
Los días que más hablábamos eran los domingos por la mañana cuando la acompañaba a la iglesia... Así que todos los domingos cuando nos veíamos ella me reprochaba que solo hacia el vago porque no la llamaba cuando llegaba del trabajo.

Estos veinte años estaban siento fatales para mí; ni siquiera deseaba seguir cumpliendo años porque las responsabilidades como adulto aumentaban cada día más. Lo que si deseaba todos los días era volver a ser aquella niña que solo se quejaba por levantarse tan temprano los domingos por la mañana, para luego terminar riendo junto a los otros niños de la iglesia en el salón donde nos llevaban para hablarnos de la biblia de manera que nuestras infantiles mentes pudieran entender.

Pero solo eran esos, deseos que jamás se iban a cumplir porque el tiempo solo pasaba y pasaba sin detenerse.

Aunque por otra parte no quería volver a ser aquella niña de coletas torcidas o cabellos suelto desparramado por todas partes; no quería seguir dependiendo de mis padres y ser una carga más. No quería callar mi llanto en alguna parte de mi habitación... Eso se repitió muchas veces y solo con veinte años tenía la voluntad suficiente para no volver a botar lágrimas.

Estaba tan ocupada que no tenía tiempo para llorar a gusto. A pesar de todo, estaba bien así. Sí, así estaba mejor.

Por lo que encontrarme descalzando mis zapatos sentada en mi cama era un gran alivio. Escuchar aquel inconfundible sonido del silencio en cada esquina de mi lugar seguro me hizo suspirar de comodidad.
Al fin había llegado y al fin podía tomarme una de esas pastillas que tenía guardadas en uno de los cajones de la mesita de noche; podía al fin hacerme algo de cenar; podía lavarme los dientes he irme a dormir... Porque hoy, después de un lunes tan ajetreado no tenía fuerzas suficientes para bañarme antes de irme a la cama; todas se me iban a ir en solo hacerme la cena y lavarme los dientes.

Me puse una pijama lila de algodón y mis pantuflas del mismo color para salir de la habitación y caminar a pasos perezosos hasta la pequeña cocina.

–Ay no. –lloriquee con los ojos entrecerrados. Algunos platos y pocillos sucios me estaban dando la bienvenida; había olvidado por completo que hoy en la mañana dije que los lavaría al llegar. Un pensamiento de dejarlos un día más atacó mi mente; pero a estas alturas no me lo podía permitir, así que me resigné a tomar el teléfono inalámbrico que estaba en la entrada de la cocina y marcar el número escrito en la pared a un lado del teléfono.
Esta pizzería nunca fallaba.

Pizzería la quinta dimensión, ¿En qué podemos servirle?

–Luna...– lloriquee para luego escuchar la risa femenina.

¿Por qué no me extraña? – volvió a reír– Lunes, diez y media de la noche. ¿Lo mismo de siempre?

–Esta vez con doble queso, por favor.

Como lo ordene nuestro cliente estrella. — una risa más y luego los pitido dando señal que habían colgado.

—Ahora...– suspiré– a lavar esos traste.

Arrastré los pies hasta estar frente al fregadero...
Y yo que quería freír algunos muslos de pollo que tenía congelados en el frigorífico, acompañado de un rico pan tostado.

Dime que me amas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora