• Castigo •

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Movió mi mano hacia el final del documento y fue ahí donde desperté de ese trance y quedé de pie. Casi me dejó engañar.

—No, no voy a firmar eso— negué con la cabeza.

Seguramente sí hay un truco sucio oculto.

Por unos momentos casi firmo como una estúpida.

¿Qué pasa por mi cabeza?

—Tienes razón. ¿Cómo podría hacerte firmar un acuerdo, sin darte a probar un adelanto de lo que obtendrás a cambio?

Se levantó de la silla, desabrochando los botones de su camisa azul marino. Hoy no llevaba el gabán o la corbata puesta, por lo que no le fue difícil hacerlo.

—¡Espera, no hagas eso!

—No seas tímida, mi diosa. Todo esto es tuyo. De hoy en adelante no pienso ocultarte nada—posó sin camisa en medio de la oficina, revelando su abdomen definido y bien trabajado.

Ha debido tener una rutina bastante estricta en el gimnasio y una sana alimentación. Sus pectorales, tanto como sus brazos, lucen firmes, atractivos y tentadores a la vista. Da cierta curiosidad el agarrar o, como mínimo, palpar la zona. Son grandes sus músculos.

—¿Te gusta? Seguramente nunca habías visto un cuerpo como este. Tu marido tiene panza de borracho. Ni siquiera se esfuerza en cuidar bien de su apariencia para mantener a su esposa contenta—sonrió.

No tuve tiempo de responderle, cuando vi que estaba abriéndose el cinturón. Mi reacción fue mostrarle mis dos manos, pidiéndole que se detuviera. Aun no me había siquiera recuperado de haberlo visto sin camisa, para que ese desvergonzado se atreviera a mostrar más de la cuenta.

—Es aquí donde la cosa se vuelve mucho más interesante.

Pude fácilmente girarme o cubrirme los ojos, pero para ser totalmente honesta, en ese momento, no se me ocurrió. Tal vez porque, en el fondo, me generaba curiosidad lo que había visto reflejado en su pantalón antes.

Desenfundó su espada y casi mis ojos salen disparados de mi rostro. Mi cara debía ser un poema mal escrito. Quizá fue porque había visto tanto el de mi marido y no estaba acostumbrada a ver otros aparatos más jóvenes y vigoroso como el suyo que, por eso me causó cierto impacto el tamaño, largo y grosor del mismo.

Alrededor de su hombría, más abajo de su base, había un anillo de color azul marino, que lo ajustaba y lo mantenía firme. Se ve enrojecido y venoso, debe dolerle estar así, pero no muestra dolor en su rostro. Había oído hablar sobre los anillos, pero jamás había visto uno. Pude intuir que era eso, obviamente por la forma. El sonido de la vibración se hizo más fuerte, pues ya no había nada de por medio que lo silenciara.

Tomó el bolígrafo de nuevo, esta vez para extendermelo, fue ahí donde todo encajó. Ahora lo entiendo. Ese bolígrafo estaba controlando la intensidad de las vibraciones, por eso estaba haciendo esas expresiones mientras lo tenía.

Este hombre sobrepasa los límites. Jamás había conocido a alguien tan desvergonzado y pervertido como él.

Mis labios se entreabrieron de la impresión al ver cómo se arrodilló frente a mí, estando con el rabo expuesto y levantó la cabeza para mirarme fijamente.

Se veía tan diferente, había adoptado una expresión bastante apenada y miserable. Cualquiera que lo viese sentiría lástima por él, era como ver tierno gatito. Mi corazón saltó un latido y llevé mi mano al pecho.

—He sido un perro malo. Le he ocultado mis verdaderas y malas intenciones a mi diosa. Merezco ser castigado y reprendido por mi error, ¿verdad?

El acuerdo (Tercer Libro: PRELUDIO) [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora