• Diabla •

278 56 8
                                    

Llegué a la casa y vi el auto de mi madre estacionado en la casa de mis vecinos. La alcancé a ver a ella tomándose una taza de café, disfrutando de su compañía en el balcón.

¿Qué hace aquí?

Después de enterarse de que jamás la haría abuela me dio la espalda, igual a mi papá. No quiero ni pensar que ha venido por lo que pienso.

Fui a la puerta de la casa para abrirla, quería pasar desapercibida, pero fue imposible. Juro que ella tiene un radar para detectarme.

—Rachel, querida. ¿No vas a saludar a tu madre?

—¿Qué haces aquí, mamá?

—Tus vecinos fueron tan amables de permitir que les hiciera compañía para que pudiera esperar por ti.

—Esa no fue la pregunta. Imagino que el propósito de tu visita es porque la bruja de la madre de Martín se comunicó contigo. Después de todo, ustedes dos se han vuelto como uña y mugre.

—¿Podemos hablar adentro?

—Estoy cansada y quiero dormir.

—Rachel, ya sé que estás molesta conmigo y con tu padre, pero entiéndenos un poco.

—¿Y quién me entiende a mí? Me dieron la espalda, se pusieron de parte de Martín, como si él hubiese sido la víctima aquí. No sé para qué has venido, pero te ruego que te vayas.

—Solo quiero saber por qué le montaste un cuatro a tu esposo.

—Exesposo, querrás decir—negué con la cabeza, sonriendo con ironía—. Lo sabía. Era de esperarse que esa bruja te hubiera lavado el cerebro, poniéndote nuevamente en mi contra. ¿Realmente crees que le monté un cuatro? ¿Tú realmente crees que Martín es inocente y que es tu hija quien mintió? Martín me engañó y no iba a quedarme callada.

—Martín estuvo contigo en las buenas y en las malas. A ti te consta. Toda relación atraviesa sus problemas, pero es de adultos aprender a solucionarlos.

Solté una carcajada.

—Ah, lo olvidaba, debo estar agradecida con él de que haya querido seguir casado con una mujer a medias, que no podía darle siquiera un hijo, ¿verdad? Claro, debo bajar la cabeza ante él y permitir que me siga humillando, engañando y lastimando, del mismo modo que lo haces tú con papá cada vez que te enteras de que te ha pegado los cuernos con medio barrio y que hermanos debo tener regados por doquier, o cuando te trata como mierda y tu prefieres hacerte la sorda. Claro, debo aceptar que tenga sus aventuras en la calle porque no soy suficiente mujer para él. ¿Es eso lo que quieres decir? Pues no, si tú quieres seguir en ese círculo vicioso, de tener que vivir infeliz, perdonando todo lo que él te hace, con tal de mantenerlo a tu lado, yo no pienso seguir tu ejemplo. Ya soporté suficiente y fue lo peor que pude haber hecho. No regreses más a esta casa, aquí ya no eres bienvenida. Haz de cuenta de que jamás tuviste una hija.

Le di la espalda, entrando a la casa y dejándola con la palabra en la boca. No estaba de ánimo para discusiones y menos para seguir hablando de ese desgraciado.

Me hacía falta dormir y ya que no tenía nada más que hacer, decidí tomar mi tiempo en la ducha y darme más atención. Me sentía más relajada, lo suficiente como para enrollarme entre las sábanas y olvidarme del mundo.

[...]


De repente, en medio de la oscuridad, sentí un fuerte cosquilleo en mi zona íntima, una especie de calor y humedad se regó en esa área y tuve que por obligación abrir los ojos y levantar la sábana que me cubría.

Kyllian estaba usando su boca para complacerme. Me sentía completamente desconcertada al verlo ahí entre mis piernas, encontrándome sin mis bragas.

Debo estar soñando. Joder, pero se siente tan real.

—Hasta que al fin despiertas, mi diosa—lamió sus labios de comisura a comisura—. Perdóname por no darte atención durante todo el día. Había estado resolviendo unos asuntos, pero ya estoy aquí.

Un momento, esto no puede ser un sueño.

Me senté de golpe, agarrando la sábana.

—¿Cómo entraste?

—¿Eso es lo que más te sorprende? ¿Qué pasa? ¿No estás feliz de que haya venido a verte? ¿Acaso no me extrañaste?

—¿A qué has venido? ¿A buscar tu dosis diaria?

—Por supuesto. Yo sí extraño a mi diosa, aunque ella sea tan ingrata y mala conmigo.

—Maldito cínico…

Su mano tapó mi boca, tumbando mi cuerpo al mismo sitio y tomando el control sobre mí.

—Uy, esa boquita me está enfureciendo—sonrió, llevando su otra mano a mi intimidad—. Creo que debo castigar a esta boca por la otra.

Le mordí la palma de la mano y se mordió los labios.

—Mmm. ¡Qué rico! ¿Así que hoy estás en modo diabla? Entonces, es momento de que te prepares, porque hoy estoy bien endiablado y no te cederé la batuta solo a ti.

Odio que sus palabras, acciones y expresiones tengan poder sobre mi cuerpo y me pongan tan calientes.

El acuerdo (Tercer Libro: PRELUDIO) [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora