• Lección •

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—Ahí estaré— me tiró un beso y colgó la llamada.

Mi corazón latió frenéticamente. Es la primera vez que me tira un beso y ese gesto lo encontré muy lindo y sexi. Anoche lo hicimos varias veces, pero no nos besamos ni una sola vez.

¿Realmente vendrá?

Cuando le pedí que viniera, estaba pensando que se iba a infiltrar por algún lado, pero no que vendría a tocar la puerta de la entrada como un invitado más.

Bajé las escaleras corriendo, mi marido ya se había levantado del sofá con intenciones de abrir.

—¿A dónde vas, mujer? No estás en condiciones de abrir la puerta así— me dijo. 

—¿Según quién? Han venido a verme a mí, no a ti.

Abrí la puerta y lo primero que me azotó fue su delicioso y varonil perfume. Me encanta verlo con el cabello alborotado y esos flecos sobre su frente. Llevaba una mochila negra colgando de su hombro.

—¿Quién es? — cuestionó mi esposo desde la sala, mirando en dirección a la puerta, obviamente estaba curioso y se apreciaba inquieto.

—¿Por qué viniste por aquí? Creí que entrarías por una ventana— le cuestioné en un tono bajo.

—Yo no tengo nada que ocultar, ¿o tú sí, mi diosa? —sonrió, empujando la puerta para entrar—. Buenas noches, viejito panzón. Qué gusto encontrarte en casa.

Le apreté la manga de la camisa. Siempre tan atrevido y directo.

Mi esposo se acercó al caer en cuenta de quién debía tratarse.

—¿Así que tú eres el segundo en la rueda? — su expresión de ira era, de cierta manera, estimulante.

—Maestro para ti. Mucho gusto. 

Martín me miró con el entrecejo fruncido.

—No respetas a tu marido ni a tu propia casa. Has caído muy bajo, Rachel.

—Baja los humos, viejito. ¿Qué dices? Aún no hemos irrespetado nada. Si no estuvieras interfiriendo, ya estaríamos explorando cada rincón de la casa.

Martín lo agarró por el cuello de la camisa y Kyllian permaneció calmado.

—Espero sea la primera y última vez que te vea en mi casa y cerca de mi esposa.

Kyllian se rio con arrogancia.

—No será ni la primera ni la última vez que me veas aquí o que esté cerca, o más bien, dentro y bien profundo de tu esposa.

Martín intentó darle un puño, pero su acto fue frustrado por el puñetazo que le dio Kyllian en la cara. Fue tan fuerte que logró tumbar a mi esposo al suelo. Un poco más y lo noquea por completo.

—No me gusta la violencia, siempre lo uso como último recurso, pero el que me busca me encuentra. Trae esa silla, mi preciada Rachel. A este viejo le hacen falta unas clases y tú y yo se las daremos.

¿Para qué quiere esa silla? ¿Planea golpearlo de nuevo?

No tenía idea de lo que iba a hacer, pero le traje la silla de la mesa del comedor. Sacó de la mochila varias sogas y una mordaza.

—¿E-eso para qué es?

—Sabía que tú esposo se iba a poner difícil, así que me adelanté a los hechos. No voy a dejar que nadie nos interrumpa. Hombre precavido vale por dos.

Este hombre está loco, pero su locura últimamente me provoca mucho.

Vino muy rápido con mi pedido. Ese hecho me conmueve demasiado.

Martín es demasiado mayor para esos trotes. Nunca lo había visto pelear a golpes o tener la intención de irse a los puños con alguien. Es bastante comprensible que haya perdido hasta la fuerza con ese sólido puño.

Me quedé viendo cómo Kyllian le amarró los brazos a la espalda, mientras le ponía la rodilla para presionarlo contra el piso. El amarre se veía bastante resistente, le llegaba hasta a la altura de los codos, como si no hubiera sido la primera vez que amarra a alguien así. Esa era mi intuición. Quizá lo aprendió con esas prácticas que le gusta y disfruta realizar.

Sé que esto no era correcto, pero no quise opinar nada, pues tenía curiosidad por lo que iba a hacer.

Mi marido estaba lanzando insultos, pero fueron silenciados por la mordaza que le colocó en la boca. Lo levantó agarrándolo del brazo, pero Martín le dio varias patadas a Kyllian.

—Si te sigues portando mal, te aseguro que las cosas se pueden tornar peor. No me molestaría cortarte esos huevos que tienes de adorno, créeme. Ahora camina y no pongas resistencia. Tengo muy poca paciencia. 

Subió con él los primeros escalones y Kyllian me miró.

—Sube la silla con nosotros, preciosa. ¿Puedes con ella?

Asentí lentamente con la cabeza.

Los tres entramos a la habitación, dejé la silla en el costado de la cama y Kyllian lo sentó, usando otra soga y el respaldo de la silla para mantener su cabeza quieta, mirando hacia al frente. Sus ojos querían salir expulsados de su rostro. Balbuceaba cosas que ni se entendían, lo que era bastante claro era su furia y enojo.

Kyllian trajo demasiadas sogas. Vino muy preparado con esa mochila. Tanto así que usó dos más para amarrar sus piernas a las patas de la silla.

—¿Qué te parece, mi diosa? Es el momento de cobrarle con creces todo lo que te hizo—me tomó por la cintura, acercándome a su cuerpo—. Y bien—miró hacia Martín—. Empecemos con la primera lección. Intenta grabar todo con lujo de detalles, para que dejes de ser tan inservible y aprendas a complacer a una mujer. Atiende bien a tu maestro.

El acuerdo (Tercer Libro: PRELUDIO) [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora