𝖛𝖎𝖎

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Después de haber andado por todo el castillo, la princesa Arwen al fin decidió irse a su habitación. Estaba un tanto asustada desde que Aegon le dijo que debería marcharse de allí.

La noche estaba cayendo y empezaba a necesitar horas de sueño, había sido un día duro. Pelear contra alguien al que había querido agotaba garrafalmente su energía.

Entró distraídamente en su habitación y cerró la puerta. De un momento a otro sintió como alguien que estaba posicionado detrás de ella le tapaba la boca con ambas manos. Rápidamente asestó un codazo un el abdomen de aquella persona.

Se giró rápidamente y aquella persona había resultado ser Aemond. ¿Qué hacía él aquí?

El rubio volvió a acercarse a ella y ella sin dudarlo un segundo más sacó la daga que su padre le había obsequiado. Pero algo en la mirada de Aemond al ver la daga no le había gustado en absoluto.

Apuntó con la daga hacia el cuello del chico y este levantó ambas manos en señal de rendición, aún así no soltó la daga.

— Está bien, bastarda. Tú ganas

Arwen bajó la daga pero no la soltó.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó la chica un tanto enfadada

— Solo quería visitar a la bastarda favorita de mi padre

— ¿No creerás que siento que tu padre me quiera más a mí que a su propio hijo, verdad?

Aemond dio otro paso más de nuevo en dirección a la chica, pero antes siquiera de lograr hablar volvía a tener aquella daga posicionada en su cuello.

— Me alegra ver que le das uso a la daga que indirectamente te he obsequiado —dijo Aemond agachando la cabeza para mirarla más directamente, ya que él era más alto que ella.

Arwen se quedó un poco impactada y lo primero que se le pasó por la cabeza fue negarlo, así que lo hizo.

— Mentira, esto ha sido un regalo de mi padre

Y el rubio sin poder dejar pasar la oportunidad habló.

— ¿De cuál de todos, de Ser Laenor, de Ser Harwin, de Ser Criston o del príncipe Daemon? —preguntó claramente burlándose de la chica

— Podría literalmente cortarte el cuello en este mismo momento y sabes que no te tengo miedo

— Efectivamente, podrías cortarme el cuello, pero no lo harás. Eres incapaz de hacerle daño a algo que quisiste

— ¿Qué haces aquí realmente, Aemond? —preguntó Arwen intentando evadir el tema

— Al fin dices mi nombre, Arwen, parecía que te daba miedo recordarme

Y aunque la pelinegra jamás lo fuera a reconocer, había echado de menos escuchar su nombre dicho por el rubio.

— ¿Te da miedo a ti recordarme, Aemond?

— ¿Qué insinúas?

— No estoy insinuando nada, solo me pareció verte un tanto exaltado hoy. —atacó la pelinegra claramente refiriéndose a aquel momento en el que ella había estado a punto de soltarle un puñetazo al chico.

El rubio retrocedió y Arwen bajó la daga. El ambiente empezaba a estar un poco tenso y acalorado.

— También parecías un poco exaltada, princesa —contraatacó el chico

La pelinegra le sostuvo la mirada, sentía la necesidad de arrancarle el ojo que le quedaba de la cara. La estaba poniendo de los nervios y nada podía salir bien de ahí.

𝐁𝐎𝐑𝐍 𝐓𝐎 𝐁𝐔𝐑𝐍; Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora