No dejaré que te toque.

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[...]

— ¡Suneater, ¿estás bien?!

— Lemillion... —el más bajo elevó su mano hasta la mejilla del rubio, temblando—. Prométeme que salvarás a Eri–chan...

El menor apretó la mano del azabache, asintiendo entre sus lágrimas.

Estaban enfrentándose a un villano que los había sorprendido cuando patrullaban junto a la pequeña Eri, que en esos momentos se encontraba sobre la espalda de Mirio sollozando.

— Suneater...

— Tenemos que capturar al villano, Eri–chan. Después de eso llevaremos a Amajiki al hospital —le susurró.

La menor asintió, a pesar de que el rubio no podía verla.

— Vaya, vaya, Lemillion... ¿preocupado por tu pequeño Suneater?

— Tú...

El hombre sonrió con malicia, mientras Togata lo miraba con los ojos cristalizados y odio interminable.

— Como los doctores me digan que le quedó alguna marca, te juro que...

— Primero asegúrate de salir vivo. —Le interrumpió.

— Por eso no te preocupes.

La pelea contra el villano duró más de lo que Mirio esperaba, pero, con suerte, salió con heridas superficiales. Sin embargo, las de Amajiki eran más graves.

— ¡Tamaki!

El mayor respondió a su llamado con una mirada llena de cansancio.

Con su borrosa mirada, consiguió distinguir un chico rubio y unos salones ojos azul marino.

— ¿Mi-rio...? ¿Eres tú?

— Sí, sí, sí. Joder, soy yo. ¿Estás bien?

— Sí. Estoy algo cansado, pero estoy bien.

— Lo siento, lo siento, lo siento.

— Ey, no, no. ¿Por qué lo sientes?

— Porque no cumplí con lo que te dije, con eso de no dejaré que te toque. Además, pensaba que te perdería, como pasó con Sir Nighteye...

— Mirio, tú nunca podrás perderme, ¿entiendes? Mientras tú vivas, yo lo haré también.

— ¿Me lo prometes?

— Por supuesto.

Una sonrisa llena de felicidad bajo las lágrimas que caían por sus ojos se asomaba en los labios del menor, que lo abrazó al instante, acto que Amajiki correspondió rápidamente.

— Te quiero, Tamaki.

— Yo también, y mucho más de lo que piensas, Mirio. —Le susurró con cariño.

El nombrado se separó del abrazo al oírlo decir aquello, y se quedó mirándolo.

— Tamaki.

— Mirio, yo...

— ¡Tamaki–sama!

— ¡Eri–chan! —Exclamó el mayor ignorando el momento que había pasado con Togata.

— ¡Tamaki–sama, pensaba que te perdería!

¿Otra vez? ¿Por qué los dos dicen lo mismo?

Tranquila, Eri–chan. Estoy aquí, ¿o no?

La pequeña sorbió su nariz y asintió con tristeza.

— Te quiero, Tamaki–sama.

— Yo más, Eri. No dejaré que te hagan nada nunca, ¿sí?

— Sí...

— Tamaki...

— ¿Mm?

— Debemos hablar.

Padres | 𝐄𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora