Capítulo 17

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Salimos del almacén y comenzamos a ir lentamente hasta el auto, cualquier ruido podía alterar a los infectados. Habían desarrollado muy bien el olfato y el oído, cada vez disparar iba a ser más difícil sin que un infectado nos localizara


Al salir vivimos a dos niños infectados que se estaban golpeando. Uno tenía el pelo marrón y el otro era pelirrojo. Cuando veían sangre se reían. Se estaban golpeando con piedras filosas en la cabeza. Luego repararon en nosotros. Y se giraron lentamente.


-Quédense a jugar con nosotros- Dijeron ambos al mismo tiempo.


-Me gustan los jóvenes, son sabrosos- Dijo el pelirrojo


-Vamos a jugar un pequeño juego- Dijo el morocho mientras se relamía los labios.


-Quiero arrancarles la piel- Dijo el pelirrojo mientras reía cruelmente.


Mateo dijo que corriéramos al auto y que intentáramos escapar. Era un plan muy simple pero era lo único que teníamos. Comenzamos a correr directamente hacia el auto, los infectado nos seguían muy de cerca. Por suerte logramos entrar y cerrar las puertas.


Los dos niños infectados comenzaron a intentar abrir la puerta, pero no lo lograron. El pelirrojo se subió arriba del parabrisas y comenzó a golpearlo con sus pequeñas manos. Al ser un auto muy viejo, comenzó a quebrarse.


-Déjenos entrar- Dijo el morocho tranquilamente.


-Arranca el auto- Le gritó Gemma a Lucia. Mientras el vidrio se continuaba rompiendo.


-No puedo dejarlos atrás, son niños- Dijo Lucia comenzando a llorar.


Luego Mateo entro en acción, paso al asiento principal y arranco el auto. El morocho había quedado atrás pero el pelirrojo seguía encima del auto. Con cada curva que dábamos, él se golpeaba. Finalmente su cabeza golpeo una parte del almacén y salió volando. Al volver a arrancar el auto, pisamos su pequeña cabeza, de la cual pudimos ver su cerebro aplastado.


En menos de diez minutos ya estábamos de vuelta en la carretera. Vimos un pequeño cartel que anunciaba un pequeño pueblo a unos kilómetros. Lamentablemente teníamos que pasar por el para seguir rumbo a Canadá. Un pueblo significaba muchos infectados juntos y ni hablar de una ciudad.


Era un pueblo muy hermoso, tenía muchas plazas y fuentes de agua con forma de ángeles. También había muchas iglesias. Parecía un pueblo antiguo con una gran importancia religiosa.


- Me pregunto que pensaran los sobrevivientes sobre su Dios ahora- Dijo sarcásticamente Mateo.


Hace tiempo que no me planteaba mi religión. Si había algo, si los ángeles existieran ¿Por qué no bajaban a ayudarnos? ¿Si existía un Dios por qué no nos daba una solución?


Desde el pueblo hasta Canadá solo faltaban tres días, así que decimos descansar en la noche.

Se nos acababa el tiempo, oscurecía muy rápido y nuestras linternas estaban rotas. Vimos unas luces prendidas en una casa, decidimos acercarnos. Tal vez parezca muy estúpido, pero tocamos el timbre, si entrabamos a la fuerza podrían matarnos. Era mejor empezar con el pie derecho.


Lentamente la puerta se abrió, un joven de pelo rubio y ojos verdes nos apuntaba con su arma, atrás de él se encontraban dos ancianos. Una mujer de pelo también rubio que parecía tener 50 años. Y a su lado un hombre de pelo blanco y gris que parecía tener casi 60 años. El hombre también nos estaba apuntando con un arma, aunque estaba abrazado a la señora mayor.


-Hola, no queremos molestar. Pero necesitamos un lugar para dormir. Por favor ¿Podrían dejar que estos niños pasaran la noche en su casa? Son solo niños, hace frió y los infectados están saliendo-Dijo Lucia, como siempre nos ponía por encima de ella.


-¿Y por qué no te quedas tu también?- Dijo el joven. Probando que los cuatro nos quedáramos con la boca abierta.


-Niños cierren esas bocas, les van a entrar moscas- Dijo la anciana con una sonrisa amble.


-Por favor pase, no queremos llamar más la atención de los infectados- Dijo el anciano. El joven nos dejó pasar y entramos a la casa.

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⏰ Última actualización: Jun 07, 2015 ⏰

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