EL CALOR DEL CARIBE

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Le dediqué una educada sonrisa y extendí mi mano para presentarme formalmente.

—Soy Levi Ackerman, el ayudante personal del señor Jaeger —le dije—. Hemos hablado por teléfono.

El señor Müller no apartó la mirada de mis ojos durante un par de segundos, después hizo un rápido recorrido por mi cuerpo y volvió a mis ojos antes de estrecharme la mano con firmeza.

—Lo recuerdo, Levi —respondió—, aunque no eres en absoluto como me imaginaba.

—¿Y cómo me imaginaba, señor Müller?

—Vulgar y sórdido, como le gusta a Eren —dijo con un leve desprecio mientras continuaba sin soltarme la mano—, aunque veo que llevas su marca —añadió, mirando un momento a mi pecho descubierto.

—Se habrá llevado una enorme decepción entonces.

—No, no estoy decepcionado, solo sorprendido —me corrigió.

—Una enorme sorpresa —sonreí un poco más, porque continuaba sin soltarme la mano y aquello ya se trataba de una batalla de poder, o alguna cosa de esas de amos.

—Sí, puede que una enorme sorpresa —dijo en voz más baja—. Ven, tomaremos una copa mientras esperas a que terminen de tramitar la entrada al resort.

No sonó como una invitación, sino como una orden.

—Lo siento, señor Müller, pero he de esperar al señor Jaeger —me excusé.

—Eren estará ya ocupado fornicando con el primero que le haya puesto el culo delante —respondió—, podrás volver cuando oigamos sus gemidos de mono saliendo de algún baño o de los arbustos.

El señor Müller jugaba duro y, aunque lo que hubiera dicho me había hecho gracia, no le di el gusto de reírme.

—Le esperaré igualmente —le dije.

—Ahora si estoy decepcionado, Levi.

—Quizá debería ir a tomarse esa copa, entonces —no dejé de sonreír ni solté su mano, porque tenía la sensación de que perdería si lo hacía.

—«La copa del hombre triste» —dijo en alemán.

—«Es la copa que inspiró las más grandes obras» —terminé yo en el mismo idioma, porque conocía la obra en la que se decía esa frase.

El señor Müller alzó levemente las cejas, esta vez visiblemente sorprendido.

—«Hablas alemán, Levi».

—«Aprendí idiomas en la universidad y he visitado Alemania y Austria en varias ocasiones».

—«¿Has estado en Suiza?»

—«No, nunca he tenido la oportunidad» —reconocí—. «Aunque siempre he querido visitar Berna, me parece una ciudad preciosa».

—«Yo vivo en Berna. Es un lugar...»

Pero el señor Müller miró a mis espaldas y se detuvo, no tardé mucho en descubrir por qué. Una mano presionó mi espalda y una voz grave y contenida dijo:

—Liam, veo que has llegado antes que nosotros. Siempre lo haces... —no entendí bien por qué le había dado ese tono extraño, hasta que comprendí que se trataba de un insulto sobre lo rápido que se corría el señor Müller.

El señor Jaeger miró el apretón de manos que todavía no había terminado y después al señor Müller para ofrecerle su propia mano. El señor Müller tardó un momento, pero al fin me soltó para estrechar la mano del señor Jaeger, apenas un apretón y se soltaron.

Señor Jaeger - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora