EL PRINCIPIO DEL FINAL

937 103 122
                                    

VERANO

Era increíble el daño que un solo minuto de vídeo podía hacer en la vida de alguien. Se extendió como una peste entre las redes sociales y las páginas de chismes. A la hora, ya estaba en todas partes, a las dos horas incluso la prensa seria había dedicado un espacio a la noticia. «El escándalo de Eren Jaeger», lo habían titulado. Una forma mucho más elegante que las de la prensa amarilla. «¿Cómo llegar al corazón de Eren Jaeger?, ¡siendo un buen chico!» «De Soltero de Oro a adiestrador de perros ¡Qué escándalo!». «Eren Jaeger no es el Príncipe Azul que todos creíamos» «El Oscuro y Devastador Secreto de Eren Jaeger que te Dejará sin Palabras...» No se habían cortado un pelo a la hora de dejarnos por los suelos, atacando sin piedad y disfrutando de cada palabra envenenada que escribían sobre nosotros porque, ¿a quién no le gustaba regocijarse en la derrota de una figura tan querida como el Soltero de Oro de la ciudad?

Era la humillación pública total y absoluta, el mejor chisme que podrían haber publicado en todo el año. Aquello no era un simple rumor de Eren y su ayudante siendo «demasiado amigos», no era un vídeo robado de nosotros demasiado cariñosos y borrachos en el Metro; aquel era un jodido vídeo de un minuto donde se nos veía follando, y ni siquiera de una forma «normal», sino de una forma súper sórdida, con correa, comentarios subidos de tono y conmigo ladrando como un perrito.

Pero el daño ya estaba hecho y no había vuelta a atrás.

Cuando regresé de ese balcón tenía el móvil en la mano y los ojos empapados en lágrimas. Eren levantó la mirada del plato y se quedó helado al momento de verme el rostro, dejó de masticar y de sonreír y esperó a que yo me acercara y le susurrara al oído:

—Eren, tenemos que irnos. Hay... un vídeo de nosotros.

El señor Jaeger palideció un poco, pero mantuvo la calma y me miró fijamente mientras tomaba profundas bocanadas de aire.

—¿Cómo de malo? —preguntó.

—Bastante.

—¿En dónde? —fue su siguiente pregunta.

—En el salón de casa.

Esa respuesta le sorprendió un poco y frunció levemente el ceño.

—De nosotros con la correa —susurré.

Eren cerró entonces los ojos y se frotó el rostro con las manos. Un breve momento de pesar antes de levantarse de la silla y abrocharse el botón del esmoquin. Me despedí de Clara y Erwin de la forma más educada que pude, dejándoles con la palabra en la boca y extensas expresiones de curiosidad y sorpresa. Ninguno de los dos insistió ni pidió explicaciones, dando por hecho que era algún asunto importante de la empresa. No necesitaban más que ver mi cara para saber que algo había salido terriblemente mal; pronto descubrirían que no se equivocaban.

El señor Jaeger y yo salimos hacia la calle e hice pedir un taxi. Ambos esperamos callados y con la mirada al frente los siete minutos que tardó en llegar. Había mucho en lo que pensar, mucho que temer y poco tiempo para hacerlo antes de que tuviera un impacto real en nuestras vidas. Solo se me ocurrió mover la mano y coger la de Eren, porque, aunque ahora mismo estuviéramos en mitad de una tormenta mediática y en el pozo más absoluto de la humillación pública, ya no había nada que ocultar. Eren ladeó el rostro y me miró con sus ojos enrojecidos y húmedos, se inclinó para darme un beso y volvió a mirar al frente.

Cuando llegó el taxi, subimos y le di la dirección de casa. Continuamos en silencio, cogidos de la mano y demasiado metidos en nuestros propios pensamientos como para compartirlos con nadie. De vez en cuando echaba cortas miradas a Eren, en los momentos en los que notaba un apretón más fuerte de su mano o un cambio en su respiración. De los dos, él era el que más valoraba lo que los demás pensaran y dijeran; había inventado un personaje y lo había estado representando durante años y años solo para que la gente le adorara. Me daba miedo pensar lo que pasaría ahora que todos podían ver un pequeño ejemplo del auténtico Eren Jaeger.

Señor Jaeger - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora