LAS PEQUEÑAS COSAS

1K 102 83
                                    

Cuando le di la última calada al puro, solté el aire azulado y denso y tuve que incorporarme un poco para apagar la punta anaranjada sobre el cenicero. Aproveché para alcanzar mi copa de whisky, o, al menos, una de las dos copas, y finalizar con un trago antes de recostarme de nuevo sobre Eren. Él había terminado su puro, así que pudo rodearme con los dos brazos, meter una mano dentro de mi camisa y bajar la otra sutilmente hacia mi cintura para desabrocharme el cinturón negro.

—Eren... —le advertí en un murmullo bajo.

—Nadie nos va a ver —me susurró al oído antes de lamerme el lóbulo de la oreja y mordisquearlo suavemente.

Respondí con un murmullo grave de garganta, como si no estuviera convencido del todo, pero sin negarme a que el señor Jaeger me desabrochara el cinturón, después el botón y finalmente la cremallera para poder hundir su mano con un jadeo de placer. Me apretó más contra él y empezó a mover la cadera para rozarse, pero algo no le gustó porque se detuvo y me ordenó:

—Levántate un momento.

Me incorporé hasta sentarme en el pequeño hueco entre sus piernas y se me ocurrió quitarme el blazer porque estaba acalorado y no creía que la necesitara. La dejé doblada a un lado, mientras oía cómo el señor Jaeger se desabrochaba su propio cinturón y su cremallera antes de volver a tirar de mí para que me recostara. La diferencia fue notable, porque Eren se había sacado al Gran General y ahora lo frotaba contra la parte baja de mi espalda mientras jadeaba y me lamía el cuello. Debía estar completamente empapado, porque la tela fina de mi camisa se me pegó a la piel allí donde debía estar la punta, más caliente que el resto del tronco. «Joder...» dije en voz muy baja, cerrando los ojos a la vez que levantaba una mano para acariciar y agarrar el pelo de Eren. No me esperaba nada como aquello, pero, para ser justos, muchas veces no sabías cómo el señor Jaeger podía sorprenderte, ni dónde, ni de qué forma. Esa noche, al parecer, fue en un enorme sillón de cuero en el salón de puros, mientras jadeaba en mi oreja, se frotaba contra mi cuerpo, me acariciaba el pecho y me manoseaba la polla debajo del pantalón.

—Eres todo para mí, Levi... —susurraba en ese tono denso y grave a mi oído—. Todo esto es solo para mí... Y yo sé cuidar muy bien de lo que es mío...

Yo solo trataba de no gemir demasiado alto, nunca por encima de la música del piano, mientras el señor Jaeger me hacía... todo lo que él quería. Al principio fue lento, pero enseguida empecé a percibir una desesperación, una necesidad ardiente dentro de él; su caricia se volvió más intensa hasta que deslizó su mano a mi cuello y lo rodeó con firmeza para agarrarme, su otra mano en mi entrepierna empezó a masturbarme con mayor rapidez y más profundamente mientras que el roce de su cadera se intensificó, al igual que sus gruñidos. De pronto, me apretó mucho más fuerte y se quedó con la cadera elevada y la boca muy abierta. En mi espalda empecé a notar un nuevo calor húmedo y viscoso mientras Eren se corría contra la tela de mi camisa y la suya. Eso me tomó por sorpresa, fue mucho antes de lo que pensaba que sería, y, sin embargo, mi cuerpo no tardó en reaccionar llegando rápidamente al orgasmo y manchando por completo el interior de mis pantalones y la mano de Eren; quien, tras aquel breve parón siguió frotándose para asegurarse de sacarlo todo, atrapado en mitad de lo que parecía uno de los orgasmos más arrolladores de su vida.

Cuando terminó, se quedó quieto, respirando profunda y lentamente, elevándome un poco sobre su pecho grande y fuerte a cada respiración. Yo no estaba mucho mejor, mirando nuestro desdibujado reflejo en el cristal y en un estado de calma y vacío mental. Hasta que noté un movimiento y levanté el rostro para ver los ojos de Eren, estaba muy calmado, pero le faltaba algo. Puso unos lentos y visibles morritos para que le diera el beso, nuestro «beso de novios», uno que, por supuesto, no le negué ni a él ni a mí. El señor Jaeger suspiró cuando le rocé los labios y emitió un último gemido de placer antes de recostar la cabeza y ser la completa y absoluta imagen de la felicidad. Nos quedamos así, en silencio mientras me volvía a acariciar con la mano en el pecho, durante quizá unos buenos diez minutos; hasta que oí otro susurro en mi oído que decía:

Señor Jaeger - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora