EL FAMOSO FARLAN

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Farlan se levantó de su silla con una preciosa sonrisa y dio un par de pasos hacia nosotros, yo igualé su distancia y su sonrisa y le di un buen apretón de manos. Llevaba su vieja sudadera negra con capucha y unos vaqueros, se había hecho otro pendiente en la oreja izquierda. Siempre había algo diferente en él cuando volvía a verle, pero el brillo en sus ojos azules y suaves nunca cambiaba.

-Joder, Levi, estás hecho una fiera -me dijo, fingiendo extrañeza con una mueca de ceño fruncido-. ¿Has dejado la contabilidad y te has metido en el ejército americano?

Se me escapó una ligera risa y asentí. Farlan sabía lo mucho que yo odiaba el ejército.

-Eso es exactamente lo que ha pasado -respondí-. Al fin he abierto los ojos y me he dado cuenta de lo necesario que es tener una organización militar y armada en pleno siglo veintiuno.

-La ONU está bien, pero un arsenal nuclear es mejor -afirmó él.

Esta vez me reí más alto. Había una evidente tensión en el ambiente en la que ni él ni yo participábamos: mi madre continuaba con la taza entre las manos, mirándonos sin saber qué hacer o dudando de que hubiera sido buena idea dejar pasar a Farlan a casa; y después estaba Eren que... bueno, se había quedado a mi lado, muy cerca, muy envarado, muy serio, muy atento a cada pequeño movimiento y cada palabra que Farlan y yo compartíamos. Mirando a mi ex de una forma que, sinceramente, empezaba a dar mucho miedo.

-Farlan, te presento a Eren Jaeger, mi novio -le dije, alargando la mano para rodear la cadera del señor Jaeger y darle un discreto apretón para que se tranquilizara.

Farlan miró entonces al señor Jaeger con la misma sonrisa, aunque era evidente que se estaba esforzando por mantener el buen humor ante el muro de frialdad e intimidación que era Eren en aquel momento. El señor Jaeger le ofreció la mano y ambos se dieron un firme, pero breve apretón.

-Encantado de conocerte, Eren -le saludó-. Yo soy Farlan Church, un viejo amigo de Levi.

-Sé muy bien quién eres -respondió el señor Jaeger con tono seco.

-Oh... -asintió él antes de mirarme, comprendiendo al fin la situación y a qué venía aquella extraña tensión que se había formado entre ellos-. Espero que no le hayas contado solo lo malo, Levi. Yo a veces era bueno y todo, te dejaba el último trozo de pizza, y eso es amor -bromeó, intentando aligerar el ambiente.

Me encogí de hombros y solté un desganado:

-Meh...

-¿Meh? -preguntó él, fingiendo estar ofendido-. Creía que al menos había sido «Mmeeh...»

-Como mucho fuiste «Mmhe...» -puse una expresión de labios apretados, ojos entrecerrados y ceño fruncido mientras balanceaba la cabeza de un lado a otro.

-Qué cabrón eres, Levi -dijo Farlan, pero fue con cariño y se rio, porque así éramos nosotros.

No importaba el tiempo que hubiera pasado; cuando volvíamos a vernos, seguíamos siendo las mismas personas despreocupadas, vacilonas y bromistas que habíamos sido siempre. Al menos al principio, hasta que Farlan se relajaba y volvía a tratarme como cuando éramos novios. El señor Jaeger debió notar esa familiaridad entre nosotros, porque extendió su brazo por mis hombros y me atrajo un poco hacia él de una forma bastante territorial.

-¿Quieren un café, chicos? -nos interrumpió mi madre de pronto, agitando un poco la taza que tenía en la mano-. Farlan ha traído cruasanes para desayunar.

Arqueé las cejas, mirando la docena de cruasanes que había en la mesa. Había dado por hecho que había sido otro de los excesos de mi madre ahora que la bandeja de bollos y dulces se había terminado.

Señor Jaeger - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora