SOLO DOS PALABRAS

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Eren Jaeger no era la clase de persona que supiera conformarse y respetar los límites. Al igual que pasaba cuando yo me ponía mimoso y le daba todo lo que pedía, abusó de mi confianza y sacó el máximo provecho de la única cosa que tenía en aquella separación: las llamadas. No tardó ni hora y media en volver a llamarme desde que le colgué en el café.

—Vas a ir al Ritz, Levi —me dijo con un tono exigente, pero templado y tranquilo.

—No voy a ir al Hotel Ritz-Carlton como una ricachona despechada, Eren —le aseguré.

—Ve al Ritz, ya he hecho la reserva y lo he pagado.

Me detuve en mitad de la calle de forma tan repentina que una señora se chocó contra mí y tuvo el detalle de llamarme «hijo de puta» antes de seguir adelante.

—Eren, eso no...

—Ve al Ritz, Levi —me interrumpió—. No permitiré que te metas en cualquier hotel de mierda.

Me hice a un lado en la calle para no interrumpir más el tráfico de personas y miré al cielo grisáceo.

—Iré al Ritz, pero eso será todo —respondí antes de colgar.

Cambié la dirección y volví sobre mis pasos para regresar a la entrada del Metro. Lo primero que había hecho al irme de la cafetería había sido ir al Weister's Hospital a dejar un sobre para Erwin con el dinero que me había prestado y una nota que decía «De nuevo, muchas gracias»; después había encontrado un hotelito bastante asequible tras una pequeña búsqueda y me había dirigido hacia allí. Había dado por hecho que Eren había entendido el «mañana nos veremos en el trabajo», pero, al parecer, me equivocaba. Como me equivoqué al creer que, si iba al Ritz, se daría por satisfecho. Eren no había pedido una habitación, no había pedido una suite, había pedido la jodida The Royal Suite, una de las estancias más absurdamente lujosas y pomposas de Nueva York. Prácticamente era una casa con dos baños, dos habitaciones, sala de estar, salón, comedor y unas increíbles vistas a Central Park. Me quedé en la puerta con la boca abierta y sintiéndome como un completo idiota por haber aceptado. No habían pasado ni cinco minutos cuando volvió a llamarme.

—¿Te gusta, Levi? —me preguntó—. Sabes que conmigo solo tienes lo mejor.

—Eren, creo que no has entendido cuál es el problema ni por qué me he ido —respondí.

—¿Están las flores?

—¿Qué? —fruncí el ceño.

—Encargué un ramo de flores para ti —explicó—. Deberían estar ya allí.

Acentué más el ceño y di un par de pasos hacia el interior de la suite, mirando alrededor. A un lado, sobre la mesa baja del enorme salón, había un ramo de flores que era estúpidamente grande y parecía estúpidamente caro. Me acerqué con una expresión entre el desagrado y la exasperación y leí la tarjeta escrita con una preciosa letra afilada y tinta negra: «Para Levi de su T-Rex».

Me pasé la lengua por los dientes y a mi pesar tuve que decir:

—La dedicatoria me ha parecido muy bonita.

—He pedido mesa para cenar en el restaurante del hotel —me dijo el señor Jaeger, que había esperado en silencio todo aquel rato—. Te esperaré a las nueve.

Y colgó antes de que me diera tiempo a responder. Eren no había entendido en absoluto el problema, o no había querido entenderlo. Comprobé la hora en el Rolex y decidí tomarme un baño para hacer tiempo. Fui hasta la enorme habitación principal, dejé la foto de Eren y yo en la mesilla de noche junto a la lámpara y puse la maleta sobre la cama de matrimonio antes de abrirla y sacar una camisa de vestir para cambiarme. Me metí en la bañera sin esperar a que estuviera del todo llena, mirando el chorro de agua caliente y el leve vaho que producía. Las cosas no estaban yendo como me imaginaba que iban a ir. Esperaba conseguir una cierta independencia y un distanciamiento con Eren que le ayudara a reflexionar sobre nuestra relación y a darse cuenta de que ambos teníamos necesidades: él necesitaba el control y yo necesitaba que no fuera un idiota. Así de simple.

Señor Jaeger - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora