Algo irá a decirle el chico a su amigo, se le ve ansioso. Corretea nervioso por el bosque mientras mete los labios dentro de su boca, casi mordiéndolos. Su gorrito de mimbre se tambalea y recae en su nuca para luego reposicionarse en donde estaba antes, gracias al estirón que le da a la cuerda cada que pega saltitos.
–¡Zorro, zorro!
El animal anaranjado, con el hocico lleno de moras, acierta a mirarle. Notó al chico irregular, sobresaltado, parecía que se había caído en un balde de hielo.
–¿Qué pasa ahora, Santi? ¿Te volviste a cruzar con el chacal?
–¡No, no! Vi a Tita saliendo del panal y me acerqué a preguntarle cómo era por dentro– se rascaba inquietamente la mandíbula –, y me respondió clavándome el aguijón. Mirá.
Quitó la mano y dejó ver al zorro una roncha gorda y roja. Lagrimeaban sus ojitos achinados.
–Ah, un poco te lo merecés.
–¡¿Por qué?! Solo era una pregunta, si sabía que se iba a enojar tanto no le decía ni hola…
–No es el hecho de que le preguntaras, es que todos lo hacen. Le molesta que les importe tanto.
–¿Pero por qué me picó? No es mi culpa que los demás se la manden– seguía quejándose del ardor.
El cuadrúpedo miró hacia el costado unos segundos y después volvió la vista al niño.
–Por culpa de que todos piensen como haces vos es que terminó todo el bosque con picaduras.

ESTÁS LEYENDO
Por él me suicido
Non-FictionNi lo idílico de mi ser ni toda mi ilusión pasarán al olvido.