¿Qué es el feminismo sino el hijo indeseado de la revolución social? Por más que hayan querido siempre eliminar la figura femenina de toda relación política e importante, la unidad de los ideales terminan formando una vanguardia. Y en el caso de la lucha feminista, su primer golpe fue el que pedía igualdad de derechos tanto en los hombres como en las mujeres, mientras que a día de hoy se quiere una inclusión en ambientes artísticos y laborales libres de estereotipos y estigma, además de la consideración de abusos y maltratos.
Dicho movimiento suele dividirse, a ojos de la comunidad trans, como trans-incluyente o excluyente (las llamadas TERFs, por la abreviatura de "feministas radicales trans-excluyentes"). Una de las razones por las que rechazar a una –o a un– trans es la de creerles una profanación al significado del sexo, algo inmutable a su parecer, pues un hombre no podría dejar de serlo jamás. Las trans-incluyentes, por otro lado, se conforman con decir que las personas trans de todo tipo reivindican uno de los pilares del nuevo feminismo: el cuestionamiento del género. Es quizás esta idea la que choca a las personas transfóbicas al creer que lo único que hacemos, especialmente las mujeres trans, es apegarnos al estereotipo femenino, aunque eso es totalmente errado; reducir a una comunidad entera a un cliché diminuto es cuanto menos hipócrita, ya sea hablando de una ola reciente o antigua del feminismo. El postfeminismo y el posttransexualismo buscan, por igual, volver difusa la delgada barrera que nos divide como especie.Obviamente la transfobia no solo es política, sino también deportiva. Y es que la participación de una entidad trans genera revuelo por, ejemplificando otra vez con una chica, competir en una carrera. Es verdad que la mujer trans es más propensa a desarrollar ciertos músculos, pero la mayoría de las que compiten en deportes con otras mujeres cisgénero no suelen representar una gran amenaza debido a que normalmente están bajo algún tipo de hormonización que bloquea cualquier tipo de diferencia a nivel funcional. Pero aquí estaríamos entrando en un transmedicalismo que rechazaría a otras identidades en el deporte si no están bajo algún control intensivo y obligatorio de las hormonas, por lo que considero que el concepto a cuestionar no es nuestra participación sino las desigualdades anteriores a las competencias: dar por sentado que en un partido de fútbol masculino los veintidós jugadores tienen las mismas oportunidades, es algo igual de estúpido. En ningún deporte, torneo o lo que fuere, existe tal cosa como la equidad, ya sea a nivel físico, mental o emocional. Estamos todos en una desincronización eterna y es imposible que todos tengamos la misma oportunidad, pues habrá gente que se prepare más o menos; que tenga problemas respiratorios preexistentes; que cargue con la muerte reciente de un familiar.
Cuando hablamos de esto, siempre escucharán el planteo de que, entonces, cualquier loco podría ir a jugar con las chicas (el porqué de que hayan dos categorías separadas quedará a manos de un ensayo futuro), y ahí lo único que sale mal parado es el personaje cisgénero que se hace pasar como trans sin serlo, no nosotros. ¿Y cómo podemos corroborar que una persona trans que dice serlo realmente lo es? Ya hemos rechazado la idea de una patologización de la transexualidad, así que es imposible catalogarla como una consecuencia mental. ¿Hemos de confiar ciegamente? Y, un poco sí. Y un poco no. Lo esencial es explicar desde temprana edad, con la llamada ideología de género –tan bastardeada por muchos que prefieren inculcar valores fascistas–, que cada identidad responde a su propio ser y no hemos de menospreciar a otros o hacernos pasar por ellos con el fin de "tener las cosas más fáciles".
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Por él me suicido
Non-FictionNi lo idílico de mi ser ni toda mi ilusión pasarán al olvido.