◖Alma de dragón: Prólogo, Cap. 1◗

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◖Prólogo◗

La guerra entre los bandos verdes y negros nunca ocurrió, no obstante, no significaba que la paz estuviese entre ambas familias pues ambas anhelaban el poder a como diese lugar. Al morir el rey Viserys I, se nombró heredera única a su hija Rhaenyra, como sucesores estarían los siguientes en línea: Jacaerys, Lucerys, Joffrey, por parte de Alicent estarían Aegon II, Aemond y Daeron dejando a Helaena como última opción.

Rhaenyra fue designada a Desembarco del rey mientras que Alicent por su orgullo decidió residir en Bahía de aguas negras en una gran mansión mandada a construir por ella misma mientras su esposo, el rey, convalecía sin poder negarse a dicha manufactura. Deseaba estar cerca de su hijastra conociendo cada paso, observando a lo lejos el momento perfecto de flaqueza para poder reclamar una parte de la herencia que le correspondía también a sus vástagos.

El día de la coronación de la ahora soberana de los siete reinos se suscitó un altercado entre su segundo hijo Lucerys y su segundo medio hermano, Aemond en el cual éste último perdió uno de sus ojos por un mal manejo de una daga a manos del príncipe Luke; la viuda Alicent decidió irse con sus hijos aun pequeños a su nueva residencia. No deseaba verlos, más eso no significaba que desaparecería de sus vidas.

Tíos y sobrinos dejaron de frecuentarse con el paso de los años, hasta que un encuentro entre hijastra y madrastra se dio para unir a ambas familias. Uno del que no estarían del todo de acuerdo.

◖Capítulo 1◗

Las tardes soleadas de abril eran insoportables, la brisa quemaba al toque de la piel, el sol incandescente era como sentir las llamaradas de los dragones sobre la piel chamuscando cada centímetro, era uno de los peores meses en los que el calor asfixiaba al borde del desmayo. La playa era uno de los destinos favoritos para todos los que vivían en los alrededores de desembarco del rey, sin embargo, no muchos iban más allá de las grandes rocas pues los dragones de vez en cuando reposan sus grandes cuerpos sobre la arena. No sabían porqué hacían eso, quizás la sensación rugosa les gustaba.

En una pequeña choza abandonada en lo más recóndito de aquella playa dos fieles amantes se entregan el uno al otro con pasión desmedida; sus manos se entrelazaban una con la otra, el chico debajo abrazaba con las piernas el cuerpo contrario pidiendo que se adentrase más él, rogando por más profundidad en su ser, clamando con gemidos, gritos y suspiros completamente enloquecidos de deseo por su amante. No había cabida para las palabras, estas solo entorpecían el éxtasis que se creaba en sus bajos vientres.

—Tu madre enloquecería de verme entre tus brazos — susurra el primero en el oído del segundo.

—Y la tuya adoraría clavarme una espada en la espalda — sus besos cargados de lujuria clamaron los contrarios mordiéndolos ferozmente, tirando de ellos, succionado el inferior para después delinearlo con la punta de la lengua.

El castaño presionó las piernas contra la cintura adversa logrando dejarle boca arriba, posicionándose sobre él sin perder el ritmo de sus caderas que iban de adelante hacia atrás. Sus manos se posaron sobre el pecho bien marcado enterrando las uñas, deslizando sus dedos hacia abajo sintiendo como el estómago se contraía con cada movimiento sugestivo. —Me encantas tanto— no podía evitar decirle cuánto amaba follar con él.

Las manos del mayor se posicionaron sobre ambas caderas siguiendo la cadencia que pronto le haría terminar, arqueaba la espalda cuando la electricidad en su espina dorsal anunciaba el pronto desenlace de esa unión corporal tan exquisita. —Perfecto, porque haré que te enloquezca— el más grande no podía dejarse dominar tan fácilmente, así que con las manos fuertes y firmes dejó al más chico debajo de él callándolo de inmediato con sus besos, succionando la lengua hasta que doliera pues en ese momento el dolor no era más que un ingrediente para llegar al tan ansiado orgasmo. Las embestidas fueron tan profundas que el menor no pudo evitar gemir más y más fuerte para deleite de su adorado amante quien ansiaba ver esa expresión cuando el mayor éxtasis arribaba a su cuerpo.

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