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Terminé el porche.

Veinte años fuera del campo no habían menoscabado mi capacidad para cortar recta una madera o martillar un clavo. Lo que empezó como tablones grisáceos y estropeados eran ahora una superficie lisa que suplicaba una mecedora o un balancín. No pude evitar quedarme allí parado y admirar lo que había hecho.

La grava crujió y un sedán atravesó los árboles, subió por el camino de entrada. Se detuvo detrás de mi camioneta. En una pequeña ciudad como Durstrand, la gente sólo aparecía en tu casa para una visita o si se perdían.

Si tan sólo tuviera esa suerte.

Vestido con un bonito traje, casi no reconocí al agente Shaldon. Nunca había usado algo más que unos cómodos vaqueros y camisas con botones alrededor de mí. Incluso entonces, no las había llevado por demasiado tiempo.

Estaba dispuesto a apostar que él incluso cambió los suspensorios que solía usar por los calzoncillos blancos estándares del FBI.

—Mucho tiempo sin verte, SeokJin. —Se acercó—. ¿Cómo estás?

—Estaba bien... —Miré mi reloj—. Hasta hace unos treinta segundos.

—Es genial saber que no has perdido tu sentido del humor.

—¿Quién dice que estoy tratando de ser gracioso? —Colgué el martillo en el borde del porche—. ¿Por qué estás aquí?

—Porque no has hecho un buen trabajo en esconderte. Cualquier adolescente lleno de granos podría haberte encontrado con tu número de la seguridad social y mapas de Google.

—¿Quién dice que estaba tratando de esconderme? —Sabía cómo ocultarme. Confiad en mí, yo era el mejor cuando se trataba de hacer que grandes o pequeñas cosas desapareciesen justo en frente del mejor equipo de vigilancia del FBI.

A veces se trataba de distracción, otras veces de imaginativa contabilidad. Yo era bueno en ambas, y si por alguna casualidad, tomaba más de lo que podía manejar, la suficiente gente me debía favores para cubrir mis cabos sueltos.

—¿Así que no te has rajado de la ciudad?

—¿Rajar? ¿Todavía usáis esa jerga en el FBI? —Chasquee mi lengua—. Que decepcionante.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿Por qué huiste?

—¿Huir? —Sonreí e incliné la cabeza—. El huir insinuaría que he hecho algo ilegal. Lo que no he hecho.

—De verdad crees tus propias mentiras, ¿no?

—No es una mentira. Todo lo que hice está en los papeles. Incluso el IRS9 no tiene quejas conmigo. Demonios Jeff, te jodí en mi cama todas las noches durante más de tres años y no pudiste encontrar ni tierra debajo de mis uñas. —Su sonrisa se volvió frágil—. Ahora, date prisa y dime lo que quieres. Estás estropeando el vecindario.

—Nada en particular. Solo estaba por la zona y pensé en pasar a saludar.

Me reí.

—Jesucristo, necesitáis seriamente actualizar el manual de excusas del FBI. Esa es casi tan mala como "Tengo una increíble obra de arte para mostrarte, si vamos a mi casa".

—Funcionó para ti.

—Sí, lo hizo. Ahora sé por qué fuiste tan rápido en morder la carnada. —Sacó un palillo de dientes de su bolsillo interior y se lo clavó entre los dientes—. Tendrás que hacer algo más que masticar una astilla, Agente Shaldon, si tienes alguna esperanza de mezclarte con los nativos. Podrías empezar con ese traje. Nada grita chico de ciudad tanto como un traje de tres piezas y caros zapatos de cuero italiano.

 En Ausencia de Luz || JinKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora