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No esperaba que JungKook estuviese aun en la cama, pero por si acaso, traté de entrar lo más silenciosamente posible. Su habitación estaba vacía, así como la cocina. Lo encontré en el porche trasero trabajando con cristal rojo.

Las botellas habían sido una hermosa sombra carmesí. De alguna manera el color era aún más impresionante después de que los fragmentos se habían derretido en discos.

La luz del sol rompía a través de los árboles y cortaba un sendero por el porche trasero. Fragmentos de color bailaban sobre todo. Las brillantes secciones de luz pintaron a JungKook en un arco iris moteado, convirtiéndole en una especie de rara criatura perteneciente a los cuentos de hadas.

Los tics, que le obligaban a llevar una camisa de manga larga cuando cocinaba, no estaban presentes mientras retorcía cuidadosamente alambre de cobre en la forma que necesitaba para sostener el vidrio.

Me apoyé en la puerta, reacio a perturbar la hermosa vista que tenía frente a mí. El imponente hombre que se encaramaba en un taburete, llevando solamente bóxer, y cabellos despeinados.

Sacudió una de las extensiones de la escultura. El brazo giró alrededor, lanzando un collage de formas geométricas.

JungKook resopló y se echó hacia atrás.

—Aún no está bien. —No fue ninguna sorpresa que él supiera que yo estaba allí.

—¿Qué está mal?

—El ritmo está mal. —No miró la pared donde el caleidoscopio se movía en una serie de dorados, rojos y naranjas mientras decía—. ¿Ves el quiebro? —Señaló el brazo giratorio alineado con las manos cuidadosamente adornadas con discos de vidrio.

—No, lo lamento.

JungKook asintió.

—No puedo entender por qué no funciona.

—Si supiera la respuesta, te lo diría.

—Está justo ahí. —Detuvo el brazo e inclinó su cabeza—. Está justo allí, SeokJin, pero no puedo conseguir que funcione. —Sólo entonces se volvió a mirar la pared. Los estallidos de color se habían detenido. Sin el movimiento, se convirtió en una serie inconexa de formas coloreadas.

JungKook levantó una mano y movió sus dedos entre los rayos de luz de colores. Su mirada se suavizó al pasar de aquí a dondequiera que fuese.

—¿Tienes hambre? Traje panecillos.

 JungKook bailó sus dedos.

—Tengo huevos y queso, bacon, huevos y queso, salchichas, huevos y queso, y huevos, jamón y queso. Me imaginé que uno de ellos debería llegar a gustarte.

JungKook inclinó la cabeza hacia otro lado.

Sería un mentiroso si dijera que la dichosa expresión que lucía no me molestó tanto como me intrigó.

Entonces regresó.

—¿Adónde más fuiste, además de la tienda de los panecillos? Está a ochocientos metros dentro de la línea del condado, sólo te habría tomado cuarenta y cinco minutos si estaba lleno, pero te habías ido por casi dos horas. Fuiste más lejos, pero no lo suficiente, no podrías volver y parar para conseguir los panecillos. —JungKook agitó su mano junto a su sien—. Si no quieres decírmelo, lo entiendo.

—Vamos, vamos a sentarnos.

JungKook buscó los platos. Ya había una olla de agua caliente con una bolsita de té con café en el mostrador. Me sirvió una taza y JungKook tomó un vaso de zumo de naranja. Nos encontramos en la mesa.

 En Ausencia de Luz || JinKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora