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Después de que dejara a JungKook en casa, llamé a Harriet. Ella estaba en la corte así que dejé un mensaje con su secretaria.

No fue hasta que aparqué en el estacionamiento de la oficina de correos que se me ocurrió que podrían no darme el paquete de JungKook sin algún tipo de comprobante. Decidí ir a ver antes de hacer un viaje de regreso a casa de JungKook.

No había mucha gente esperando en la fila, pero el estrecho lugar en el edificio obligaba a todos a mantenerse hombro con hombro. El viejo tratando de sacar el correo de su buzón tenía que permanecer de costado. Aun así, se las arregló para meterse de cabeza contra puerta cuando la señora con un bebé en su cadera le golpeó con el hombro.

Agarré la puerta para evitar que se cerrara de nuevo y le rompiese los dedos.

—Gracias —agradeció él.

—No hay problema.

Él se encogió abriéndose camino de regreso a través del grupo de personas hasta la puerta. Me puse en la fila detrás de la señora con el niño. Lo que parecía mermelada de fresa dibujaba un círculo alrededor de la boca del bebé.

Dos señoras mayores trabajaban en la recepción. Entre transacciones, intercambiaban actualizaciones sobre sus vidas con la gente cuando llegaban al mostrador. Lo que debería haber tomado diez minutos máximo, cinco si no se hubiesen detenido a discutir entre cada cliente, se convirtió en una media hora. El joven que llevaba un peto se despidió y recorrió el camino hacia la puerta.

Me acerqué al mostrador al lado de la mujer con el niño, que intercambiaba pequeñas charlas con la otra empleada.

—¿Y cómo puedo ayudarte? —La mujer era baja, redonda y tenía las suficientes líneas de sonrisas para sugerir que rara vez hacía nada más.

—Estoy aquí para recoger un paquete para un amigo, Jeon JungKook.

La mujer arqueó las cejas.

—¿Eres el tipo que compró el viejo lugar de Anderson?

—Sí, señora.

Ella intercambió una mirada con su amiga que se apresuró hacia la parte posterior. Entonces ella volvió a mirarme fijamente. La pequeña sonrisa en su rostro se convirtió en toda una sonrisa.

—¿Así que, de dónde eres?

La conversación casual entre los otros ciudadanos parados en la fila se detuvo y un extraño silencio llenó la habitación. Miré por encima de mi hombro. Todos me miraban fijamente.

—Uh, Chicago.

—No hablas gracioso.

—Originalmente era de Alabama. Supongo que nunca perdí el acento.

Una anciana a mi derecha ladró una carcajada.

—Bueno, eso lo explica. Es uno de esos muchachos alimentados con maíz. —Hubo un murmullo de acuerdo.

—¿Te gusta vivir en Durstrand?

El peso de una docena o más de miradas seguían golpeándome en la espalda.

—Es tranquilo. —Y repentinamente alguien resopló.

Hubo un arrastrar de pies alrededor de la esquina y el otro empleado regresó con una caja y una bandeja equilibrada en la parte superior. Puso todo sobre el mostrador.

—¿Crees que podrías llevar también estas contigo? JungKook no las recogió. —Ella dejó la bandeja. Una pila de cartas certificadas amenazaba con derramarse sobre el costado.

 En Ausencia de Luz || JinKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora