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Durstrand tenía un solo supermercado, El Frugal Mart. Era viejo, desgastado, faltaba la F del letrero pegado al tejado, y no creo que hubiera un solo carrito con las cuatro ruedas funcionando. Estos se cruzaban, se tambaleaban, o chirriaban fuertemente en momentos al azar, provocándole al comprador el equivalente de un latigazo en las cervicales.

Cuando fui por primera vez, me dije a mí mismo que los agrietados azulejos, paredes descoloridas y pasillos flácidos le daban carácter al lugar. La segunda, que le daba atmosfera. La tercera, nostalgia.

Después de eso, tuve que admitir que el lugar se estaba cayendo a pedazos.

Pero parecía ser allí donde todo el mundo hacía sus compras... arrastrando los pies por las hileras estrechas de los pasillos, flotando sobre el enfriador de carne, o desperdiciando el aire frío en la sección de congelados al estar de pie con la puerta abierta, en lugar de viajar a la ciudad vecina donde los supermercados y mini centros comerciales marcaban el escenario como un mal caso de acné que nunca desaparecería.

Hice el viaje fuera de la ciudad una vez, caminé kilómetro y medio, y padecí el buscar la ubicación de los productos en lugar de que ellos pusieran un artículo donde tendría sentido. Había sonrisas plásticas por el exceso de trabajo de empleados mal pagados que simplemente no querían ayudarte, ya que ellos no querían estar allí. Multitudes, un montón de multitudes, porque todo estaba siempre a la venta. Y después de haber vagado sin rumbo por un par de horas, corriendo de un lado a otro de la tienda como si estuviese atrapado en alguna caza perversa, me paré en la fila. La única fila abierta en una línea de cincuenta cajas cerradas que trataba de cobrar a una tienda llena de cansados suburbanos, con sus niños gritando y adolescentes despreocupados.

Sip. Hice el viaje una vez.

La semana siguiente volví a la decrépita tienda de comestibles donde el pan era fabricado por pequeñas ancianas que buscaban apoyar sus cheques de jubilación y la mayoría de los productos enlatados estaban en tarros de cristal.

Donde el mismo congelador contenía carne de vaca, cerdo, pollo, cordero, cabra. Pavo, ciervos salvajes cuando era temporada, y pato, siempre con una etiqueta engomada en el paquete que te recordaba comprobar buscando los perdigones, y por último, pero no menos importante, conejo. Que, por cierto, no sabe para nada como el pollo.

No había secciones orgánicas porque casi todo provenía de la granja de alguien.

Incluso las salsas picantes estaban preparadas en la cocina de alguien. ¿Quién necesita una salsa picante comercialmente testeada cuando tu producto tenía un nombre como Fuego Cinco Alarmas y Fuego en el Hoyo? Y las etiquetas de precaución y sobre derramar la salsa picante en tus suelos de madera por lo que podría ser mejor comer fuera.

En esas cadenas de tiendas, podría haber cien cereales diferentes, cenas gourmet congeladas y todo tipo imaginables de galletas, pero nunca encontrarías miel organizada según el tipo de polen que las abejas recolectaron o la Jalea moonshine13.

Nope. Nunca.

El Frugal Mart tenía una sola cosa en común con esos grandes almacenes. Sólo había una caja abierta. Por lo que, sólo había una fila.

Aparqué junto a un hombre descargando cajas de huevos y tarros de leche. Los muchachos que lo ayudaban nos saludaron.

—Realmente aprecio esto —dijo JungKook.

—Yo pregunté.

—Aun así, no tienes que hacerlo.

—No. Pero yo quería hacerlo.

Un tic sacudió su hombro hacia arriba y él tiró pensamientos.

—Te das cuenta de que la gente hablará cuando nos vean juntos.

 En Ausencia de Luz || JinKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora