4. La imposibilidad del fallo (1)

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Capítulo 4

La imposibilidad del fallo


Inhaló una bocanada agresiva de aire, llenó sus pulmones y abrió sus ojos en par. Todo en la misma fracción de segundo.

Sintió vértigo, aunque no estaba seguro de por qué. De lo que si estaba al cien por ciento seguro era de que jamás se había despertado tan mareado y aturdido en su vida. Y eso que había logrado sortear algunas situaciones arriesgadas alguna que otra vez en este nuevo mundo.

Había despertado en el pasillo de su caravana con el rostro pegado a la puerta del baño. Hizo un gran esfuerzo para levantar su torso, y ni hablar del que tuvo que hacer para colocarse de pie sin caerse con el incesante temblor que sufrían sus piernas ahora mismo.

Escuchó un restallido metálico a su alrededor muy perturbador. De esos en los que parece que más de una cosa se ha roto, y los sonidos de golpeteos se acoplan con unos espantosos crujidos agudos.

La procedencia llegaba desde afuera, pero parecía provenir incluso desde dentro de la caravana y retumbaba con fuerza en sus oídos. Tenía que salir de ahí y ver qué estaba pasando, porque cualquiera que fuese el origen de aquel sonido, no parecía algo bueno.

Su cerebro le dio la orden de avanzar. Era una actividad en extremo sencilla. Un paso adelante y ya... pero no, parecía que su cerebro le había dicho: «Ve, golpéate el hombro con el borde de la puerta del baño y haz un clavado en todo el piso, y de paso, intenta golpearte la cabeza con el muro opuesto. ¡Bien hecho!».

Gimoteó de dolor. Sus manos se volvieron a aferrar al suelo de la caravana, un suelo que parecía bastante más raro de lo habitual, y las uso para impulsarse hacia arriba. Con los ojos desorbitados y la vista ligeramente borrosa, contempló a su alrededor, hasta que su mirada llegó al hueco de la trampilla sobre su cabeza.

«Pará un cacho...», le dijo Junior a su aturdida cabeza, en una jerga, que aunque no solía emplear siempre, fue lo primero que le salió en ese momento. «¡Esto no está bien!», razonó. La conclusión demoró en llegar un poco. Todavía estaba muy mareado.

—¡Estoy de cabeza! —concluyó al fin, dejando que los recuerdos viniesen a él, todos a la vez.

La chica en su caravana, la nueva ubicación que había descubierto de la nación Áurea, el escape con el zombi Parca, la colisión con el árbol demoniaco —cuyo nombre pensaba anotar en su mente—, y por fin, su desmayo.

¿Cuánto había pasado de todo aquello? ¿Horas? ¿Días? ¿Dos minutos con treinta y siete segundos? ¿Cómo podría él saberlo?

De repente otro chasquido le advirtió que aquello que se percibía «mal», no hacía más que empeorar. Pudo notar a través de la ventana como enormes y resistentes ramas rodeaban el vehículo por completo, intentando comprimirlo, y reducirlo a un simple pedazo de chatarra.

Tenía que salir de ahí pronto, cuidó cada una de sus pisadas para acercarse hasta la puerta e intentó asomarse hacia el borde, pero algo le bloqueó el paso y le obligó a retroceder.

Como los tentáculos acechantes de un pulpo, las ramas del árbol demoniaco empezaron a ingresar a la caravana; primero rodeando toda superficie firme, y luego, expandiendo más brotes para que su crecimiento alcanzase nuevas e inexploradas zonas.

Fue un segundo de vistazo que pudo echar hacia afuera, pero suficiente como para que se instalara una pregunta en su cabeza: «¿La caravana estaba siendo suspendida en el aire?».

Zeta: El señor de los Zombis (Reboot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora