12. Pesadilla

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Capítulo 12

Pesadilla



-¿Mamá? -preguntó el muchacho ingresando a su casa.

Renzo llegó a la cocina y la encontró sumida en un caos desolador. Montones de platos sucios se acumulaban en el fregadero, rodeados de restos de comida seca y desechos de envoltorios. La puerta de la nevera estaba abierta, sin nada útil en su interior. La cerró.

Sobre la mesa, botellas vacías y envases de comida rápida competían por espacio con papeles arrugados y utensilios desordenados. El olor a descomposición se mezclaba con el penetrante aroma a productos químicos, creando una atmósfera opresiva e insalubre.

Atravesó el umbral del pasillo y una pestilencia a decenas de cigarrillos ingresó por su nariz. La sala, como siempre, era un desastre. El suelo estaba cubierto de ropa sucia y juguetes rotos, con libros y revistas esparcidos por doquier. El sofá, desgastado y manchado, era el refugio de su madre, rodeado de envases vacíos de medicamentos no recetados y botellas de alcohol.

Una fina capa de polvo cubría los muebles y los adornos desgastados, y el ambiente estaba cargado con el aura del abandono y la desesperanza.

Apretó los labios con frustración al ver a su madre acostada en el sofá, rodeada de restos de comida y botellas regadas por doquier; junto a ella dormía una jeringa y un frasquito vacío de alguna basura que, por paz mental, prefería ni averiguar de qué se trataba.

Renzo se acercó hasta ella y usó una manta que había en el suelo para abrigarla. Ella apenas se movió de su sitio, sumida en un estado de apatía y desinterés. Suspiró y volvió la vista hacia una estantería en el muro, donde la foto de su padre había sido reemplazada por la de otro sujeto.

El padrastro de Renzo. Daniel Harris, un hombre de aspecto sombrío y mirada penetrante. Había entrado en la vida de la familia de Renzo con promesas de un futuro mejor, pero su presencia solo había traído más caos y sufrimiento.

-Al fin llegaste.

Renzo se mantuvo firme y apenas movió los músculos para observar a Harris emergiendo del baño. Era un hombre alto, delgado, cuya figura se recortaba en la penumbra, envuelto en una bata raída y desaliñada. La poca iluminación de la casa revelaba su rostro marcado por el tiempo, con severas líneas de preocupación grabada en su frente y unas profundas ojeras oscuras bajo sus ojos. Tenía el cabello negro, sucio y desordenado, y caía en mechones sobre su descuidado rostro.

-Cocina algo -Su tono, como siempre, fue autoritario y demandante, con un matiz de desprecio apenas disimulado-. Me cago de hambre.

-No hay nada.

-Resuélvelo, compra algo. Yo qué sé.

-Bien... -Renzo se arrimó a un pequeño cofre sobre la chimenea, donde su madre y él solían guardar el efectivo. Su sorpresa fue notoria al ver el cofre vacío-. ¿Qué pasó con el dinero que dejé aquí esta mañana?

-Se terminó -dijo el hombre, recostándose en otro sillón de una plaza, junto al sofá.

-¿Qué se term...? -Renzo hizo una pausa al notar que su tono había sido demasiado alto, bajó la mirada y volvió a intentarlo-. Okey. Voy a usar mis ahorros, dame un segundo y...

-¿Los de debajo de tu armario? Olvídalo. No queda nada ahí.

Se hizo un silencio sepulcral. Renzo apretó los dientes con fuerza, sintiendo el peso de la mirada de Daniel sobre él mientras intentaba evitar el contacto visual.

Zeta: El señor de los Zombis (Reboot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora