13. Tormenta de sangre

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Capítulo 13

Tormenta de sangre

—A partir de ahora... —Susurró Urso acentuando sus palabras—. Los quiero a todos mudos.

De repente, su cuerpo sintió un gélido escalofrío recorriendo su espina dorsal. Llevó una mirada preocupada hacia su colega.

—¡Ah! Perdón, no quise...

Anna acostumbraba a golpear juguetonamente a las personas con quien tenía confianza. Ya que esa era la manera más sencilla de que, cuando estaban balbuceando idioteces, entendiesen que era hora de cerrar sus bocas. El puñetazo que le propinó a Urso en el hombro tuvo un efecto inmediato. Más aún porque le había dado con fuerza... y él lo sintió.

Las miradas que marcaban que «todo estaba listo para avanzar» fueron conectándose de uno en uno. Urso con Anna, ella con Aiden, y él con Zeta. El último asintió y, como habían acordado, se colocó al frente. Sintió un nudo en el estómago al escuchar el rechinar de la puerta al deslizarse. No había sido un ruido tan estridente, pero no quitaba el hecho de que cualquier minúsculo sonido que rompiese el silencio se volvía un escándalo entre las penumbras del subterráneo.

Zeta cuidó su ascenso y se movilizó a través del pasillo central con movimientos fluidos y controlados. Su arma siempre al frente, en pareja inseparable con su linterna. El halo de luz viajó a distintos puntos mientras avanzaba. Primero recorrió cada uno de los desgastados asientos de tela, alguno de ellos con los cojines rasgados, otros con los respaldos manchados de sangre, pero por suerte, ninguno con ocupantes.

Zeta se detuvo por un momento para remover con su pie una bolsa de plástico y un envoltorio de comida chatarra, para que sus compañeros de equipo no tuviesen ningún percance y lo pisaran por accidente. Continuó el avance inclinando un poco el torso, las barras de sujeción sostenían manijas inertes que también evitaba, por las dudas, rozar con la cabeza.

Las ventanas, ahora opacas por la suciedad y el polvo acumulado, apenas dejaban entrever el túnel oscuro más allá del cristal, pero por lo poco que se dejaba apreciar, todavía les quedaba un tramo antes de llegar a la siguiente estación.

Avanzó hacia el siguiente vagón. Aquí y allá, las manchas de sangre se intensificaban y se habían secado en patrones grotescos. ¿Quizás de zombis? ¿De humanos? Nadie podría saberlo.

La puerta de acceso al siguiente vagón estaba cerrada y su superficie rayada con marcas de golpes y garras desesperadas. Tomó aliento antes de abrirla con el más extremo cuidado posible y prosiguió.

A pesar de su lucha contra la oscuridad y el sigilo, no había manera posible de ocultar el crujir de sus botas en el suelo. Este nuevo vagón presentaba todavía más basura en su interior: latas aplastadas, papeles de periódicos arrugados, restos de comida, e incluso ropa hecha añicos se acumulaban en su camino.

Al cruzar la siguiente puerta, Zeta y los demás se encontraron con su primer obstáculo mortal. En una de las filas de la izquierda, un cuerpo se encontraba sentado, reclinado contra el respaldo. Su cabeza se ladeaba en un ángulo antinatural y se movía de manera errática, prisionera de un temblor involuntario que hacía crujir sus huesos y los harapos que conservaba como ropa.

Zeta, con instinto de cazador, levantó su arma y apuntó directamente al ser que alguna vez había sido un humano. De inmediato, Blaze, siempre consciente del peligro de atraer más atención de la necesaria, puso una mano sobre el brazo de Zeta y le ofreció un cuchillo con la otra.

La comunicación de sus miradas fue clara: «Sin ruido».

Con un asentimiento, Zeta guardó su arma y tomó el cuchillo, sintiendo el peso del mismo en su mano. Sus ojos buscaron un pedazo de tela en el suelo, restos desgarrados de lo que parecía ser un abrigo grueso, y lo recogió.

Zeta: El señor de los Zombis (Reboot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora