9. Derecho de piso (1)

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Capítulo 9

Derecho de piso



El ascensor se abrió y Evelyn O'Hara —o Maga para los amigos—, se desplazó con un andar alegre y enérgico hacia la puerta que había al final del pasillo. Iba vestida con ropa alternativa, de tonos coloridos y a la moda. Siempre que su humor lo permitía, intentaba mantenerse alegre y positiva en cada momento, y a su vez, transmitir eso hacia los demás a su alrededor.

Usaba un peinado de corte en capas y corto que, sumado a su teñido violáceo oscuro, le brindaban un aspecto moderno y juvenil. Aunque ella prefería emplear el término: mágico.

El número «8» del departamento «E» se movió ligeramente cuando golpeó la puerta. Se anotó mentalmente que tenía que reparar eso más tarde. Al no encontrar una respuesta inmediata, volvió a intentar, pero el resultado no se modificó. Torció su labio con preocupación y decidió ingresar para descubrir que la puerta ya estaba abierta.

Cosa que la alertó.

A paso inseguro y con extremo cuidado, fue avanzando y adentrándose al departamento. Lo primero que le recibió fue un pasillo pequeño con la barra separadora de una cocina en frente. El aire se hallaba cargado de polvo y ceniza junto con un ambiente pesado y abandonado.

Maga torció sus cejas en una mueca de pena. El día anterior les había ofrecido muy buenas opciones de departamentos sin habitar y en mucho mejores condiciones para pasar la noche, pero por alguna razón, ellos querían el único que tenía un balcón y que era una verdadera pocilga.

Hombres, qué remedio.

A su izquierda, lo que debería ser un living, resultaba más similar a un chiquero. La habitación parecía haber sido arrasada por un cataclismo: las paredes, agrietadas. El techo, con pedazos colgando. El suelo, cubierto en cada centímetro cuadrado por escombros, basura y muebles destruidos.

Los antiguos Junior y Sheep, ahora llamados Zeta y Rex, roncaban a viva voz, luchando por el poco espacio otorgado por un colchón sucio y gastado que habían tirado al suelo. Maga no pudo evitar sonreír. En medio de todo ese caos, mugre y polvo, ambos dormían plácidamente, como si estuviesen en un hotel cinco estrellas.

Maga abrió las cortinas y el sol les azotó la cara.

—¡Buen día, chicos! ¡Arriba! ¡Arriba! —gritó ella con su fuerte tono de voz—. ¡Hoy tenemos un hermoso día! ¡Vamos a darlo todo!

Ambos recibieron, con toda la cara, los rayos de un potente sol y se dieron la vuelta en sus lugares. Todavía seguían con las energías por el suelo de la agitada noche que habían pasado para llegar hasta la nación.

El día anterior, luego de un inmenso papeleo y rellenado de formularios, los dos tuvieron que encaminarse a la enfermería para tratar sus heridas. En el mismo sitio, Maga les ofreció mudas de ropa más limpias y suaves que los trapos hediondos que llevaban puestos para que pudieran tomar una refrescante ducha y cambiarse.

Tras eso, fueron llevados al comedor comunal en dónde pudieron darles a sus estómagos el festín más delicioso que hubiesen probado en mucho tiempo. Tanto Zeta como Rex tenían una cosa muy en común: eran almas ahorrativas. Durante todo el periodo tras el inicio del apocalipsis se obligaron a sí mismos a comer mucho menos y ser prudentes con las porciones.

Todavía más en el viaje que cada uno emprendió hacia la nación. Zeta llegaba a comer una sola ración por día, por lo general a media tarde o por la noche, para no quedarse nunca sin alimento. Mientras que Rex tenía contado cada trozo de carne seca y cada botella de agua mineral que llevaba guardados en su mochila de viaje.

Zeta: El señor de los Zombis (Reboot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora