8. La nación Áurea (1)

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Capítulo 8

La nación Áurea



—¡Hey! ¡Ustedes dos! ¡De pie! ¡Ahora! —exigió el soldado.

Junior despertó abruptamente y sus ojos se abrieron de par en par al encontrarse con la amenaza de un hombre armado apuntándole.

En un instante, los recuerdos de su violento enfrentamiento con el Grandote inundaron su mente, seguidos por una inmensa oleada de dolor que se extendió por todo su cuerpo.

Sus manos y brazos estaban cubiertos de sangre, y su cabeza giraba desorientada. Al recuperar un poco la consciencia, notó que el motociclista con el que había compartido su lucha aún se encontraba a su lado. Parecía que habían sobrevivido a la iracunda embestida de la horda que les había atacado sin piedad.

Un dispositivo similar a una pistola para medir la fiebre cayó a los pies de Junior. Ya se imaginaba lo que tenía que hacer, pero de todas formas recibió la orden del soldado. Siguiendo las indicaciones, se colocó el dispositivo en una zona de su muñeca. Suspiró aliviado al ver un color verde y no uno rojo en la pantalla. El rojo siempre era malo. Luego le dio el dispositivo al motociclista para que hiciera lo mismo.

El resultado también fue positivo. Ninguno estaba infectado.

—¡Tú! —espetó el hombre sin una pisca de paciencia hacia Junior—. ¿Cómo pasaron la reja? ¡Responde!

—¿Reja...? —Junior acompañó la pregunta con una mirada a su alrededor. En efecto había una reja de acero detrás de él, pero ni siquiera tenía idea de cómo había llegado hasta este lugar. Sin quererlo, depositó el peso de su cuerpo sobre sus manos y apoyó ambas en el suelo. De repente, sintió que una de ellas tocó algo plano, y solo para que una, de toda la marea de incógnitas que tenía su mente, se resolviera, decidió levantarlo y observarlo—. ¿Qué es...?

Se trataba de una pequeña tarjeta rectangular, del tamaño de una tarjeta de crédito, con un brillante color dorado. En su parte delantera, lleva impreso un número de identificación único en negro. La volteó, en la parte posterior, una fina cinta magnética recorría el cuerpo de la tarjeta por lo ancho. Todo se encontraba abrazado por una cubierta de plástico adicional para garantizar su protección contra rayaduras.

Era la tarjeta que Samantha le había dado. Inmediatamente después de verla, el semblante del soldado se tiñó del color del shock.

—Carajo... —El hombre echó una mueca cansina y se dio la vuelta—. Ahora voy a tener que despertarlo... —balbuceó con apatía—. Me cago en... ¡No se muevan de ahí! ¿Está claro?

—Hey... ¡Espera, por favor! —espetó Sheep, todavía seguía sentado junto con Junior—. ¿A dónde te vas?

—¿Qué te importa?

—Espera. Solo quiero saber... ¿Esto es Áurea? ¿Es la nación Áurea?

—¿Tú qué crees? —sentenció a paso apresurado, sin detener su marcha y mucho menos dirigirle la mirada—. ¡No se muevan!

Fue entonces cuando ambos pudieron elevar la mirada y contemplar el refugio que se alzaba, majestuoso, frente a ellos.

Desde su posición la vista era impresionante como poco: un enorme mural de concreto se imponía al frente. Se trataba de una obra de arquitectura impresionante en un tono gris opaco, que se distinguía con una franja gruesa superior perfectamente pintada de dorado y que surcaba el mural de manera horizontal.

Zeta: El señor de los Zombis (Reboot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora