Extra III: Aegon "rey por tres días"

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"Un Targaryen solo en el mundo, es algo peligroso "

—Maestre Aemon (Targaryen)

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#Aegon

Poniente es diminuto, en contraste con el mundo amplio que es Essos y más allá. Aegon puede constatarlo. Lo que serían un par de días de viaje de Desembarco a Antigua, aquí son semanas, días. Fuegosol ha aprovechado todo ese espacio, la libertad lo ha hecho crecer como la mala hierba, siendo la principal arma de guerra de un par de compañías. Es el más mimado de todos los animales, con gusto por ser observado y devorar aquello que le resulta espectacularmente intrusivo.

Aegon no puede evitar mirar a su dragón y compararse con él. Ha visto el mundo también, ha volado sobre desiertos y praderas, peleando y bebiendo con hombres de mil tipos de piel, acostándose con sus mujeres, se ha hecho una vida plácida. A veces está gritando "dracarys" sobre una multitud medio borracho, sintiendo la emoción de no ser más que él con el cielo y las llamas.

Está tan vivo en esos momentos. Hasta que debe bajar.

Saera le dijo que "aún si reniegas, tu dragón y tu forma de ver a otros, te delatarán como Targaryen". Corlys, por otro lado, le había palmeado el hombro: "Soy un marinero, un negociante. Es bueno que no fuera necesaria una guerra. Pero, si algo sé de ir lejos, es que, incluso al final del mundo y con todas las riquezas en tus manos, el simple calor de hogar se extraña". Se había reído. Él es el menos Targaryen: No tiene el fuego de su tío Daemon o su hermano Aemond; tampoco tiene la firmeza determinante de su padre Viserys o su hermano Daeron; mucho menos comparte la terquedad agonizante de Helaena o Rhaenyra. Él solo bebe, huye, teme y se deja llevar por el pesimismo. No puede volver, no puede enfrentarlos.

Ha escuchado, eso sí, cada pequeño chisme proveniente del otro lado del Mar. Los mejores hablan sobre cómo la reina ha puesto a todos a su merced, los peores hablan de una Rhaenyra tiránica con una cohorte de hermanos e hijos sanguinarios. La mayoría las pasa por alto, conociendo como conoce a los suyos, es imposible que esas situaciones sean reales, sobre todo la que le trajo un Braavosi que visitó la corte en primavera: "Tu hermana te quitó el reino y también a tu esposa. La llaman la Pequeña Reina y está tan cerca de su majestad que todos dicen que es su amante". Que Fuegosol haya decidido incinerar al hombre un par de noches después, cuando pasó demasiado cerca de su guarida, fue un completo accidente.

A partir de allí. Aegon va más hacia el oeste. Pasa cerca de Valyria, con el calor de las catorce llamas, creando algunas pústulas en sus manos y cuello, donde la fricción inflama la piel. Mira en los fuegos que no se apagan pedazos de torres rotas, retorcidas por la lava y piensa en su padre, en su ciudad miniatura. Mira la perdición de Valyria y solo reflexiona en su propia desgracia dentro, en el vacío que llena con putas, vino y aventuras.

No logra entrar en la ciudad, pero ve gusanos de fuego, tan grandes como dos caballos, cerca de las montañas. Recuerda a Helaena, con sus frascos y sus cajas de bichos, ¿Si le llevará uno de esos, sonreiría? No recuerda las sonrisas de su hermana en su presencia durante los últimos años, más allá de las lánguidas expresiones a sus hijos gemelos. El fuego de la maldición propaga su nostalgia y rabia.

Sigue yendo más lejos, hacia rutas desconocidas para los ponientis, hacia los lugares que solo los grandes navegantes han registrado. Termina lo suficientemente lejos para que la gente no se parezca en nada a las que conoce: Gente alta, de larga extremidades y colores peculiares.

Así es que, en la cama de una reina de Leng, siendo recorrido por entero por ojos de felinos, animales, que prometen poder y magia, Aegon descubre que tanto su tía bis-abuela como la Serpiente Marina tenían razón.

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