Capítulo VI.

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#LaReinaDeLosSieteReinos

Rhaenyra no cree que haya tratado de ser sabia, más bien ha sido inteligente. ¿De qué otra manera confiaría más en sus medios hermanos que en su tío Daemon? Entre los valyrios, el momento en que dos personas conectan su vida en un lazo de sangre, un matrimonio, la disparidad que pudiese haber antes de eso desaparece. La reina no considera que su tío la haya dejado de ver nunca como su pequeña sobrina, manipulable de falta de ideas claras. A veces lo extraña, a veces deja que la costumbre la lleve a recibirlo una o dos noches en su cama, antes de pelearse de nuevo.

No es por las demás personas que puedan amar, es por el deseo de Daemon al poder y su lucha contra todo lo que considera una amenaza a su persona. La vida y la paz solo las conoció en Pentos, de la mano de Laena, ella no ha sido más que fuego para encender una brasa que creyó dormida.

—Solo tienes que ponerlo a hacer algo útil —le aconseja Laenor, imperturbable, sirviendo otra copa de vino para ambos.

El invierno, brutal como ha sido siempre, no ha sido un obstáculo para que el reino y la corte se vean llenos de problemas. La Fe sigue llamando adeptos a sus filas, enojados por la barbarie cometida contra su más alto representante, la han llamado "Maegor con tetas" al defender a Aemond, también la tachan de bruja, de loca. Igual que Visenya, la primera esposa de Aegon el Conquistador, la cuestionan no por la brutalidad, sino por el hecho de que su sexo no la excusa para ello. Otros hablan, dicen que se cansó de su tío y ahora prefiere a su hermano, que se enamoró de él, o que él la sedujo, y que sus palabras son las que gobiernan el reino.

—¿Cómo qué? —pregunta, dejando que su Príncipe Consorte comience a masajear sus hombros.

En la soledad de sus habitaciones, Laenor y Aemond son los únicos hombres constantes, ambos respetuosos de su posición, ambos obsesionados con ser mejores que sus padres y, a la vez, desprenderse de ellos. Los quiere, los ama de la manera en que una hermana amaría a un hermano especialmente rebelde.

Laenor siempre fue opacado por ella y Laena, más intrépidas, más arrogantes, menos tímidas. Ellas tenían menos que perder. Su esposo, después de irse lejos, ha desarrollado una alta estima por la prudencia, las sutilezas, el lenguaje cuidado. Es bueno, Lucerys ha aprendido cosas de ello, ganado confianza, mejorando como príncipe y como mercader.

—Envíalo a la guerra. Deja a Aemond aquí y que él se encargue de los rebeldes contra la corona.

Ha habido días en los que Rhaenyra ha deseado no tener que pensar en su familia como parte del reino. Ser más madre que reina, haber conseguido algo más de tiempo para el cuidado de sus hijos. La guerra los pone en peligro a todos, pero debe poder defender las decisiones que ya ha tomado. Una de esas es Aemond. La Fe puede que sea un problema, quemaron su septo, pero es verdad que fueron ellos quienes enviaron su ayuda a los verdes. Aemond es un verde y la idea de que haya rechazado a los dioses de su madre, vuelve a poner a los Targaryen de un solo lado: el de estar por encima de los hombres.

Su bisabuelo Jaehaerys se esforzó demasiado en agraciarles, las decisiones de Maegor de quitarles poder son más sensatas. Si la van a comparar con este último, deberán sufrir las consecuencias de ello.

No puede decir lo mismo de Aemond. Su hermano ha pasado de ir tras Lucerys a enviar a ser Arryk a cuidarlo, para recluirse con Helaena en las cámaras dónde los niños juegan a sus anchas esperando que el invierno acabe. Sigue siendo el hombre duro, furioso, que ha conocido, solo que hay un toque extra de malicia, de paciencia, en la forma en que se aboca a cuidar y formar a sus sobrinos más pequeños. Sabe que está jugando con su hijo, pero no ve que éste se preocupe por ello, más bien ha aceptado la decisión con alivio, en paz. Sus charlas en las cenas son escuetas, formales, tibias, una transliteración de los modales cortesanos desde el papel hacia la práctica.

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