Capítulo 4

29 14 6
                                    

A Antonina no le gustaba realizar los quehaceres domésticos. Estaba rumiando su coraje, porque en vez de ello hubiera preferido pasear por el bosque y llegar al lago que le había referido su tío. Sería su lugar preferido. Tenía sujeta la escoba y daba vueltas por toda la casa, pero no tenía ninguna intención de comenzar a barrer. Su madre estaba afuera tendiendo la ropa y su tío había ido a encontrarse con Robert para traer los víveres correspondientes al mes próximo. De pronto, oyó un leve ruido. Desvió la mirada hacia donde había provenido y se fijó en su hermosa casa de muñecas que ocupaba una buena parte de la pared hecha de tronco.

Antonina siempre había deseado tener una y Grainne se había encargado de amueblarla en su totalidad. Tenía sala, comedor, recámara principal, ducha, cocina. Antonina pasaba horas jugando con sus muñecas favoritas, altas y estilizadas. Frunció los labios, temiendo que hubiera algún animal dentro de la cabaña. Miró la casa de muñecas que tenía las puertas cerradas y esperó un poco. Ya no escuchó nada. Luego muy a su pesar, decidió empezar a barrer.

Otro ruido. Antonina se quedó quieta de nuevo y miró otra vez la casa de juguete. Este sonido había sido más fuerte y ahora no tenía ninguna duda que provenía de ahí. Se acercó lentamente y destrabó una de las puertas. La abrió muy despacio y grande fue su sorpresa cuando descubrió a una pequeña mujercita que se daba un baño dentro de la tina color rosa. Antonina retrocedió unos pasos, llevándose una mano a la boca y soltó la escoba. ¡No lo podía creer! La dama del tamaño de sus muñecas tenía una toalla envuelta en su cabeza y canturreaba mientras alzaba una pierna de tez inmaculadamente blanca. Blanca como la luna. De pronto, volvió su rostro y le sonrió divertida.

−¡Me encanta esta casa! –Luza exclamó− Me imagino que es igual a la de los terrenales que viven en la ciudad, ¿No es cierto?

Antonina estaba muda. No podía salir de su asombro, pero increíblemente se percató que no tenía miedo.

−No te asustes, ¿Eh? –Le advirtió Luza− Mira que tú tienes el tamaño de un gigante y yo no te temo. ¿Cómo te llamas? Mi nombre es Luza.

Entonces Antonina se acercó con cautela.

−Yo me llamo Antonina. ¿Eres...un hada? –preguntó, emocionada.

−¿Por qué supones eso? –Luza se volvió y mostró su espalda− No tengo alas.

−¡Ah!

Luza sonrió.

−¿Me pasas otra toalla?

Sin dejar de verla, Antonina abrió el armario de sus muñecas y sacó una toalla, tendiéndosela a Luza. Esta se puso de pie, tapó inmediatamente su desnudez y salió de la tina.

−Ahí hay ropa. –Antonina señaló el armario en color rosa.

Luza terminó de ajustarse la toalla en su pecho, fue hasta él y miró el interior.

−A ver que tenemos aquí, sí que has gastado en guardarropa.

−Si. Hay de todo y abajo hay cajas con zapatos.

Luza miró sonriente a Antonina y sus ojos brillaron.

−Ayúdame a escoger algo. Me pondré lo que tú me digas.

−¿De verdad?

−Si. —Hizo una pausa— ¿Quieres ser mi amiga, Antonina?

¡Era increíble! Los ojos de Antonina destilaban la más pura felicidad. Inspeccionó detenidamente cada parte del cuerpo húmedo y brilloso de esa pequeña mujer que parecía adulta.

−¡Claro que quiero ser tu amiga! Y... ¿Realmente no tienes alas? –Antonina frunció el ceño y miraba curiosa la espalda de Luza.

En ese momento Luza descolgaba un hermoso y pequeño abrigo hecho de piel de conejo y dejaba caer la toalla. Antonina se tapó los ojos para no ver la desnudez de Luza y entonces el hada lanzó una risita al ver su reacción.

EL PORTAL DE DIAMANTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora