A Antonina no le gustaba realizar los quehaceres domésticos. Estaba rumiando su coraje, porque en vez de ello hubiera preferido pasear por el bosque y llegar al lago que le había referido su tío. Sería su lugar preferido. Tenía sujeta la escoba y daba vueltas por toda la casa, pero no tenía ninguna intención de comenzar a barrer. Su madre estaba afuera tendiendo la ropa y su tío había ido a encontrarse con Robert para traer los víveres correspondientes al mes próximo. De pronto, oyó un leve ruido. Desvió la mirada hacia donde había provenido y se fijó en su hermosa casa de muñecas que ocupaba una buena parte de la pared hecha de tronco.
Antonina siempre había deseado tener una y Grainne se había encargado de amueblarla en su totalidad. Tenía sala, comedor, recámara principal, ducha, cocina. Antonina pasaba horas jugando con sus muñecas favoritas, altas y estilizadas. Frunció los labios, temiendo que hubiera algún animal dentro de la cabaña. Miró la casa de muñecas que tenía las puertas cerradas y esperó un poco. Ya no escuchó nada. Luego muy a su pesar, decidió empezar a barrer.
Otro ruido. Antonina se quedó quieta de nuevo y miró otra vez la casa de juguete. Este sonido había sido más fuerte y ahora no tenía ninguna duda que provenía de ahí. Se acercó lentamente y destrabó una de las puertas. La abrió muy despacio y grande fue su sorpresa cuando descubrió a una pequeña mujercita que se daba un baño dentro de la tina color rosa. Antonina retrocedió unos pasos, llevándose una mano a la boca y soltó la escoba. ¡No lo podía creer! La dama del tamaño de sus muñecas tenía una toalla envuelta en su cabeza y canturreaba mientras alzaba una pierna de tez inmaculadamente blanca. Blanca como la luna. De pronto, volvió su rostro y le sonrió divertida.
−¡Me encanta esta casa! –Luza exclamó− Me imagino que es igual a la de los terrenales que viven en la ciudad, ¿No es cierto?
Antonina estaba muda. No podía salir de su asombro, pero increíblemente se percató que no tenía miedo.
−No te asustes, ¿Eh? –Le advirtió Luza− Mira que tú tienes el tamaño de un gigante y yo no te temo. ¿Cómo te llamas? Mi nombre es Luza.
Entonces Antonina se acercó con cautela.
−Yo me llamo Antonina. ¿Eres...un hada? –preguntó, emocionada.
−¿Por qué supones eso? –Luza se volvió y mostró su espalda− No tengo alas.
−¡Ah!
Luza sonrió.
−¿Me pasas otra toalla?
Sin dejar de verla, Antonina abrió el armario de sus muñecas y sacó una toalla, tendiéndosela a Luza. Esta se puso de pie, tapó inmediatamente su desnudez y salió de la tina.
−Ahí hay ropa. –Antonina señaló el armario en color rosa.
Luza terminó de ajustarse la toalla en su pecho, fue hasta él y miró el interior.
−A ver que tenemos aquí, sí que has gastado en guardarropa.
−Si. Hay de todo y abajo hay cajas con zapatos.
Luza miró sonriente a Antonina y sus ojos brillaron.
−Ayúdame a escoger algo. Me pondré lo que tú me digas.
−¿De verdad?
−Si. —Hizo una pausa— ¿Quieres ser mi amiga, Antonina?
¡Era increíble! Los ojos de Antonina destilaban la más pura felicidad. Inspeccionó detenidamente cada parte del cuerpo húmedo y brilloso de esa pequeña mujer que parecía adulta.
−¡Claro que quiero ser tu amiga! Y... ¿Realmente no tienes alas? –Antonina frunció el ceño y miraba curiosa la espalda de Luza.
En ese momento Luza descolgaba un hermoso y pequeño abrigo hecho de piel de conejo y dejaba caer la toalla. Antonina se tapó los ojos para no ver la desnudez de Luza y entonces el hada lanzó una risita al ver su reacción.
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EL PORTAL DE DIAMANTES
FantasyJarlath Gallagher, Arquitecto irlandés, sufre la pérdida de su esposa e hijo en el día del alumbramiento. Para superar su dolor, decide realizar el sueño de Bianca, el cual es tener una cabaña dentro del bosque. Jarlath la construye y decide vivir...