Sus ojos se abrieron lentamente y luego se frotó el rostro. Antonina descubrió que estaba en una habitación propia de una princesa. Las paredes estaban pintadas de su color favorito, el azul, como el cielo. ¿Acaso el castillo no era rosa? Su cama estaba adornada con un dosel de madera fina y suaves telas de fina textura, se movían con el viento del medio día. ¿Cuánto había dormido? No lo sabía. Pero se sentía muy bien. No tenía somnolencia alguna. Sin embargo, su semblante otra vez se entristecía al pensar que su madre debía estar muy angustiada por su ausencia.
−Mamá...
La llamaba constantemente en su mente y cerraba los ojos, pidiendo que no la olvidara, porque ella iba a hacer hasta lo imposible por volver al mundo terrenal, como le llamaban en ese lugar. Tenía que hallar la manera de salir de ahí. De pronto, pensó en el campo magnético que envolvía el área del castillo.
−Campo magnético, si como no.−repitió Antonina, poniéndose de pie.
Abrió la puerta y antes de salir de la habitación, se fijó a su alrededor. Todo estaba en completa tranquilidad y reflexionó que hasta ese momento, no había visto a ninguna otra persona, más que a Kot. ¿Y si la existencia de las hadas gemelas era puro cuento? Ahí sólo se podía respirar pura soledad.
Bajó las escaleras y sin hacer ruido, se dirigió a la puerta principal, la cual estaba abierta y salió con paso sigiloso. Se encontró con un inmenso jardín, en el cual había infinidad de flores y plantas, luego más allá se podía divisar un espeso bosque de pinos. El sol le dio en plena cara y descubrió que no le quemaba en absoluto. Después, revisó su brazo y este brillaba de manera especial, con ese rayo de luz que chocaba con su piel.
Antonina cruzó el jardín rápidamente, volviendo el rostro varias veces, pues temía ser descubierta. Pero el deseo de escapar era mayor a su miedo y entonces siguió caminando, planeando que iniciaría la carrera si alcanzaba la entrada del bosque. Pero en eso, una voz grave sonó a su espalda. Antonina cerró fuertemente los ojos y los puños también.
−¿A dónde va, señorita?
Ella se volteó y se quedó atónita al verlo. Era un hombre con aspecto diferente. No era humano, pero parecía como si lo fuera, a excepción que tenía los ojos amarillos y orejas puntiagudas. El semblante de ese rostro reflejaba templanza y era muy alto.
−¡Un Elfo!
−Lo soy. Y usted, es muy lista por lo que veo. –dijo él, sonriente.
Antonina analizó a ese ser que le brindaba una sonrisa amable. Portaba una vestimenta en color verde claro, con capa del mismo color que caía hasta media pantorrilla, calzaba botas largas y tenía cruzado por su pecho, una gran porta arco que sostenía su espalda. De la cintura colgaba una enorme funda donde guardaba su espada. Si. Era muy alto, podría medir un poco más de uno ochenta, pensó ella. Su cabello era de tono obscuro, largo y lacio. Lo peinaba con raya en medio.
−Pues no soy tan lista, porque si así fuera, podría salir de aquí y no puedo ¿Puedes ayudarme?... ¿Cómo te llamas?
Noam lanzó una media carcajada.
−Así se piden las cosas, sin dudar siquiera. Soy Noam –rio él− ¿Y por qué tengo que hacerlo?
−Porque los elfos tienen un gran corazón y ayudan a la gente buena. –Antonina hizo una pausa− Mi nombre es Antonina.
Él alzó una ceja y asintió, pensando que esa niña era encantadora. La observó atentamente. Le llamó la atención que a pesar de ser de tez muy blanca, tenía unos hermosos ojos negros.
−Nina, ¿Y tú te consideras que eres una buena persona?
Ella sonrió al oír su diminutivo, como la llamaban algunas veces en la escuela.
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EL PORTAL DE DIAMANTES
FantasyJarlath Gallagher, Arquitecto irlandés, sufre la pérdida de su esposa e hijo en el día del alumbramiento. Para superar su dolor, decide realizar el sueño de Bianca, el cual es tener una cabaña dentro del bosque. Jarlath la construye y decide vivir...