Capítulo 2: La muerte antecesora

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La mañana del viernes comenzó soleada. Ya a las siete y media no hacía el fresco habitual de la primavera, una advertencia de lo caluroso que sería el día. El trajín de la ciudad continuó con normalidad, y Antonio lo observó ensimismado desde su coche, conduciendo hacia la Isla de la Cartuja.

Le sorprendía cómo la vida del resto de las personas continuaba, ajenas a la muerte que se había producido unas horas atrás y a que el Proyecto Hydra pendía de un hilo. Temía lo que podía encontrarse cuando llegase. Seguramente la policía ya habría cerrado varias salas y habría forenses y todo tipo de agentes de un lado a otro. ¿Conocerían el resto de sus trabajadores la noticia? Anoche estaba en estado de shock, y no había enviado ningún mensaje a sus compañeros.

Detuvo el coche frente al complejo del Proyecto. Un gran edificio blanco de cristales tintados de azul oscuro. Consistía en una gran torre, rodeada de otra construcción más baja y semicircular. El pequeño jardín que separaba el edificio pequeño del más alto era transitado por numerosos agentes de la policía.

Antonio se apeó de su vehículo y salió al encuentro de Javier Jiménez, que observaba la escena con preocupación.

–Buenos días –saludó a su compañero.

–Ah, hola, Antonio –respondió este, sin apartar la mirada del edificio.

–¿Te has enterado ya?

–Apenas me han dicho nada. John ha muerto y fue Lucía quien lo descubrió, cuando iba a irse y a cerrar –respondió Javier. Tenía el rostro pálido y los ojos abiertos de par en par.

–Sí, así es... –dijo Antonio, frotándose un brazo con la mano contraria. No sabía bien cómo hablar de lo ocurrido; era un asunto muy delicado.

–¿Vamos a seguir trabajando? –inquirió Javier finalmente.

–No lo sé, la verdad. La policía ha cerrado varias salas, y hasta que no investiguen lo que tengan que investigar no las abrirán de nuevo.

–¿Lo sabe ya el Gobierno? ¿Y los estadounidenses? –preguntó Javier.

–Supongo que sí... Ayer estaba demasiado chocado como para escribir ningún correo.

Javier meneó con la cabeza.

–Esto es un desastre. Cuando más necesitábamos que todo saliese bien, y...

–Lo sé –lo interrumpió Antonio, asintiendo lentamente.

–¿La policía ya sabe en qué consistía el Proyecto?

–Nos han desmantelado por completo –afirmó Antonio–. Han investigado todos nuestros archivos. Alfonso Perales es el inspector a cargo de la investigación, un viejo amigo mío, y me ha garantizado que sus agentes no contarán nada... Pero lo dudo, la verdad.

–No podemos permitir que todo nuestro trabajo caiga en manos equivocadas, Antonio... Eh, mira, por ahí viene María.

Efectivamente, otra de las investigadoras se acercaba a ellos. Era una mujer menuda y delgada, de pelo negro largo y brillantes ojos verdes. Iba bien maquillada, como de costumbre, y llevaba un maletín negro en la mano derecha.

–¿Qué ha pasado aquí? –preguntó, mirando con recelo a los policías.

–E-es...

Antonio no sabía cómo contar lo ocurrido. Por suerte, Javier sí:

–John Clark ha muerto.

–¿Qué? –María los miró alternativamente, sin comprender.

–Lo que oyes –relevó Antonio a Javier, más seguro de sí mismo–. Lucía lo encontró muerto en el pasillo ayer por la noche. La policía vino enseguida y ya se ha puesto manos a la obra. –Luego, al ver la cara de terror de María, añadió–: Y sí, han abierto todos nuestros archivos.

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