Capítulo 6: Eliminando sospechosos

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Antonio pisó el acelerador de su Toyota Corolla. Las ruedas chirriaron sobre el asfalto, levantando una nube de polvo, y enfiló hacia la Isla de la Cartuja. Los edificios de Nuevo Torneo pasaban como relámpagos ante sus ojos, pero Antonio no se fijaba en ellos; tenía los ojos clavados en la carretera, y sorteaba coches y motos con la habilidad de un profesional.

Se había descubierto que la muerte de John era un asesinato, ya con seguridad. Y para Antonio, eso era una confirmación de que estaba relacionado con la muerte de Álvaro.

Y por eso, con la necesidad de saciar su sed de conocimiento, pisaba el acelerador a fondo, pasando como un rayo delante de los transeúntes. Cuando llegó a las instalaciones del Proyecto Hydra frenó en seco y se apeó del coche. Alfonso lo esperaba con unos papeles en la mano, junto a Ana Sánchez.

–¿Ya os han dado los informes? –preguntó Antonio, sin saludar.

–Sí. John fue asesinado, como ya sabes.

–¿Cómo?

Con las prisas de la noche pasada, Alfonso no se lo había dicho.

–Alguien le inyectó el fármaco experimental en una dosis demasiado alta. Cuando analizaron los músculos de John, las células se habían multiplicado y fortalecido antes de llegar a morir –explicó Ana.

–Pero... ¿q-quién podría haber hecho eso? –Antonio trastabilló hacia atrás, impactado.

–Eso es lo que queremos averiguar –resopló Ana, poniendo los ojos en blanco como de costumbre.

–Ana, contrólate –la reprendió Alfonso. Luego indicó a Antonio con la cabeza que fuesen dentro.

En el edificio parecía haber menos actividad que otros días. Antonio contó cinco agentes del CNI y cuatro policías. Cuando empezó a mascullar que si se tomaban el caso a la ligera, que si no parecían tener prisa, apareció Laura.

Ese día iba vestida con una camiseta de manga corta blanca y unos vaqueros negros ajustados. Los tacones de sus botas parecían haber crecido desde la última vez. Y, como siempre, llevaba el pelo castaño claro recogido en una coleta alta y apretada.

–Buenos días, señor González –dijo, estrechándole la mano.

–Hola –contestó Antonio secamente.

–Nos pasaron el informe de la autopsia de John Clark ayer por la noche –informó Laura, ignorando su rostro molesto–. Nos hemos puesto manos a la obra, pero necesitamos su ayuda.

–¿Qué queréis? –preguntó Antonio, más animado al ver que continuaban implicados.

Alfonso enarcó las cejas.

–Necesitamos que nos facilite una lista que quienes tenían acceso al fármaco. Vamos a la sala de descanso... –Laura se encaminó hacia allí con paso resuelto, moviendo sus caderas de forma exagerada.

–Voy contigo –dijo Alfonso, con su habitual escepticismo hacia los agentes del CNI.

Antonio no respondió; se limitó a seguir a Laura a paso ligero. Llegaron a la sala de descanso y se sentaron los cuatro –Ana también había ido con ellos– en una esquina de la mesa.

–¿Es necesario que estén ustedes aquí? –preguntó Laura, sin intentar ocultar su desaprobación.

–En teoría el CNI y la policía está trabajando conjuntamente, ¿no? –replicó Alfonso.

–Bueno, si no sois capaces de buscaros vuestra propia información... qué se le va a hacer –suspiró Laura, colocando una grabadora encima de la mesa, un papel y un bolígrafo.

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