Capítulo 10: Cervezas

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El día amaneció soleado y fresco. A pesar de estar a finales de junio, el calor había remitido durante unos días para gusto de los habitantes de Sevilla. Y para gusto de Antonio.

El científico conducía de forma relajada hacia el bar donde había quedado con Alfonso, en la calle Mateos Gago. Echó un vistazo a su reloj: las doce y media. Todavía quedaban quince minutos.

Pasó junto a las instalaciones del Proyecto Hydra. A pesar de que la investigación en el edificio se había cerrado hacía tres semanas, seguía siendo una alegría verlo sin los cordones policiales y agentes del CNI entrando y saliendo. Y más aún cuando el fármaco estaba casi terminado.

Detuvo su coche cerca de Puerta de Jerez y se apeó. Caminó por la Avenida de la Constitución; el tranvía la cruzaba por el centro, y numerosas tiendas y restaurantes se agolpaban a los lados. Y entre todo el barullo se alzaba la Catedral, un edificio centenario cargado de historias, leyendas y gloria.

A paso ligero, llegó hasta el bar donde había quedado con Alfonso y se sentó en una silla metálica esperarlo. Pocos minutos después, el inspector hizo su aparición.

–Siento la tardanza –se disculpó–. Había un atasco del copón.

Antonio le quitó importancia con un gesto de la mano y llamó al camarero, mientras su amigo tomaba asiento.

–¿Qué desean?

–Dos jarras de cerveza, por favor –pidió Alfonso.

–¿Y bien? ¿Cómo han ido los juicios? –preguntó Antonio una vez el camarero se había ido.

–Ha costado bastante demostrar su culpabilidad. La de Manuel fue bastante más sencillo –admitió Alfonso–. Laura había borrado cualquier pista que pudiera inculparla, pero Ana hizo un buen trabajo buscando donde ya no había nada que encontrar, y logró encontrar pruebas.

>>Los matones que nos dispararon en mi piso, por ejemplo, los contrató ella. Ana los rastreó y los amenazó con llevarlos a juicio si no decían quién los envió, a lo que Laura no supo qué responder.

–¿Y el CNI qué opina de todo esto? –preguntó Antonio, tomando su jarra de cerveza, que el camarero les acababa de dar junto con un cuenco de altramuces.

–Han pedido disculpas y han firmado un papel que les obliga a realizar pruebas psicotécnicas más regulares –respondió Alfonso, dando un sorbo a su cerveza–. Y Laura ha indemnizado a la familia de John y al Proyecto, como ya sabes.

Antonio peló un altramuz de manera distraída y se lo llevó a la boca.

–Sigo sin comprender exactamente lo que ha pasado –admitió el científico.

Alfonso suspiró y se pellizcó el puente de la nariz.

–Verás... cuando Álvaro fue asesinado hace tres o cuatro años, el culpable fue John; aunque eso no lo averiguamos hasta hace cosa de un mes. Álvaro y Laura eran hermanos, y ella quería venganza. Por eso conquistó a Manuel, que era científico, y lo animó a unirse al Proyecto para tener alguien cercano a John que lo pudiese matar.

>>Cortó con él y empezó a amenazarlo con matarlo si no la obedecía, por lo que Manuel no tuvo más remedio que cumplir sus órdenes. Cuando por fin mató a John, lo hizo con el fármaco porque Laura se lo ordenó. Era una manera irónica, por así decirlo: Álvaro fue asesinado por intentar vender la fórmula, John es asesinado con su propio fármaco, lo que intentaba proteger.

>>Y esto nos lleva a lo que tú y yo empezamos a investigar. Laura envió a los matones para deshacerse de nosotros mientras buscaba otra persona a quien culpar, porque si entregaba a Manuel podían descubrirla si se dejaba algún cabo suelto sin querer. Aunque por desgracia para ella, no lo logró –terminó Alfonso, levantando las manos en señal victoriosa.

–Y menos mal que no lo hizo –contestó Antonio con una sonrisa forzada. Entonces, cambió la expresión de su rostro por una más seria–. ¿Qué hay de los archivos que extrajisteis de nuestra base de datos?

–Están todos eliminados –garantizó Alfonso–. No queda nada en nuestros ordenadores que pueda desvelar la verdad de vuestra investigación, y tanto mis agentes como los del CNI han jurado silencio.

Antonio esbozó una sonrisa de alivio.

Y así, entre carcajadas y recuerdos de su investigación, los dos amigos terminaron sus cervezas y el cuenco de altramuces. Y la conversación continuó largo rato, desviándose por pequeñas veredas que surgían del sendero principal de la charla.

A eso de las tres de la tarde, cuando el calor se hizo sofocante, Antonio y Alfonso se despidieron.

–Muchas gracias por todo, amigo.

–Nos vemos.

Antonio se levantó y, con una sonrisa, regresó al trabajo.

Al Proyecto Hydra.


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