Capítulo 1: Malas noticias

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Eran las once de la noche de un jueves de Mayo. Las luces de Sevilla destellaban en la oscuridad, apagando el brillo de las estrellas. Un puñado de retazos de nubes grisáceas recorrían el firmamento con paso cansado, avanzando perezosamente.

Un calor sofocante propio de Julio invadía la ciudad. Todos sus habitantes intentaban dormir con las ventanas abiertas de par en par, aun a riesgo de acabar cubiertos por picaduras de mosquitos. Los que no estaban en casa, armaban un gran bullicio en la calle, lo que contribuía con el calor para que nadie pudiese cerrar un ojo.

En uno de los puntos de esa ciudad, en Nuevo Torneo, un hombre de cuarenta y cinco años leía plácidamente un libro tumbado en su cama, con el ventilador encendido y las sábanas hechas una bola en el suelo. La brisa nocturna movía las cortinas color crema de las ventanas de la habitación, se paseaba por los montones de folios en una mesa agitándolos levemente y terminaba haciendo bailar la chaqueta de un traje colgado del pomo de la puerta.

Antonio González pasó una hoja de El ángel perdido de Javier Sierra, una lectura interesantísima que lo capturaba entre sus páginas por completo.

Antonio era un hombre delgado y de estatura media. Su calva relucía bajo la luz de la lamparita de noche. Sus ojos eran color pardo, su nariz ganchuda y los dedos de sus manos finos y hábiles. Esa noche iba vestido con un pijama corto, de pantalones azul oscuro y camiseta a rayas blancas y azules.

Con su habitual tranquilidad, Antonio pasó otra hoja, y otra más. A pesar de la intensidad de su lectura, sus ojos permanecían sosegados, quizá incluso adormilados. En su cabeza se mezclaban pensamientos: preocupaciones del día y los sueños de la noche. Poco a poco su mente dejó de prestar atención al trepidante libro, así que lo cerró y lo colocó en la mesilla de noche. Dejó la luz encendida, y permaneció largo rato observando el techo blanco.

Pensó en su trabajo. El Proyecto Hydra estaba cada vez más cerca de llegar a su fin. Tras doce fórmulas fallidas, el fármaco que intentaban crear parecía más una realidad que una idea loca. La fórmula número trece, La Salvación, como la llamaban sus empleados, parecía ser la correcta. Por fin podrían dar resultados al Gobierno, que ya les había recortado el presupuesto y apretado las tuercas. El Proyecto llevaba seis años vigente, aunque Antonio llevaba al frente de él tan solo dos. Y en tan sólo ese tiempo había tenido que lidiar con dos fórmulas fallidas, amenazas de sus superiores y las prisas de los militares, que querían tener el fármaco cuanto antes para poder crear supersoldados.

Antonio suspiró y colocó sus antebrazos sobre su frente. Terminó apagando la luz a las once y media, con la cabeza pensando en su trabajo, estresado.



Pero su sueño recién conseguido se vio interrumpido. Su teléfono sonó con fuerza. ¿Quién podía llamarle a las doce de la noche? Se levantó de la cama resoplando y se acercó a la mesa donde había dejado el Samsung Galaxy S5, entre todos los folios llenos de fórmulas y estudios del Proyecto.

No conocía el número. Pensó en colgar, pero terminó desechando la idea y cogiéndolo.

-¿Si? -preguntó con voz ronca. Carraspeó para aclararla.

-¿Es usted el señor Antonio González, jefe del Proyecto Hydra, que tiene sus instalaciones en la Isla de la Cartuja? -preguntó una voz femenina al otro lado de la línea.

Fue en ese momento cuando Antonio se despertó del todo. Casi nadie tenía acceso al Proyecto. Para la gente externa a él, estudiaban nuevas vacunas para enfermedades mortales.

-¿Quién es usted?

-Soy Ana Sánchez, señor González. Agente de policía -respondió la mujer-. Siento importunarle, pero requerimos su presencia en las instalaciones del Proyecto.

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