El Toyota Corolla plateado se detuvo frente a las instalaciones del Proyecto Hydra. Varios agentes del CNI descansaban en la puerta, algunos fumando y otros con vasos de café en la mano. Dos policías vigilaban la puerta, e impedían el acceso a personas ajenas a la investigación.
Antonio se apeó del coche y cerró la puerta tras de sí.
Habían pasado dos días desde el desastre en casa de Alfonso. En ese tiempo no había podido dormir debido al miedo, por lo que bajo sus ojos se habían formado dos bolsas de tonos violetas. Tenía los ojos inyectados en sangre y temblaba ligeramente al caminar.
–Buenos días, Antonio –saludó Alfonso. Estaba sentado en un banco, con las piernas cruzadas y fumando un cigarrillo. Contemplaba el cielo azul con aire distraído; el lunes había amanecido perfecto.
–Hola... –respondió Antonio, sentándose a su lado y frotándose los ojos–. ¿Pusiste la denuncia?
–Sí, sí, no tienes de qué preocuparte.
–Si no contamos con que tenemos a unos asesinos persiguiéndonos, ¿no? –dijo Antonio en tono sarcástico.
Alfonso se encogió de hombros.
–Vamos dentro, anda. ¿Por qué has venido? Tienes que descansar, llevas todo el fin de semana sin dormir.
–María me ha pedido que comprobase cómo iba la investigación –respondió Antonio, levantándose tras él.
Cruzaron las puertas de cristal del complejo y apunto estuvieron de chocarse con un agente que llevaba una bandeja llena de frascos. Antonio siguió al hombre con la mirada, deseando poder impedir que se llevase el fármaco.
–¿Habéis hecho algún avance?
–Hasta que no tengamos los resultados de la autopsia poco podemos hacer. Hemos limpiado el fármaco, nadie vertió ninguna sustancia extraña en él.
–¿Y por qué queríais comprobar eso? –inquirió Antonio.
–Para asegurarnos. Hay sustancias que al entrar en contacto con el oxígeno del aire segregan gases venenosos, y John podría haberlos inhalado. Y, en general, para obtener toda la información posible del Proyecto –terminó admitiendo Alfonso.
–Entiendo. ¿Habéis terminado con alguna sala?
–Sí. El sector B del segundo piso está limpio. El CNI ya ha tomado todo lo que quería.
–¿El CNI?
–Está empeñado en investigar todas las salas del edificio –explicó Alfonso, levantando la vista, visiblemente molesto–. Yo no lo veo necesario, pero no hay quien los haga cambiar de planes.
–¿Esto puede ir a peor? –lamentó Antonio–. El Gobierno y el ejército metiéndonos prisa con el fármaco, la muerte de John, casi nos matan y el CNI haciendo el estúpido.
–Disculpe, señor González. Solo cumplimos órdenes; e investigar todas las salas no es una estupidez. –Laura apareció a sus espaldas, y Antonio se giró–. ¿Y si John hubiese muerto por intoxicación? El origen podría estar en cualquiera de las salas.
–Está bien, está bien. Pero daos prisa, por favor.
Laura se alejó de allí, algo fastidiada por la actitud de Antonio.
–Antonio. He estado pensándolo estos días... –dijo Alfonso, cambiando de tema repentinamente–. Si verdaderamente hay alguien que quiere matarnos, tienes que aprender a defenderte. Te enseñaré a disparar.
–¿Yo? ¿Disparar?
–Sí –repitió Alfonso–. La policía no da abasto con el caso del Proyecto Hydra, controlar las fiestas de jóvenes en el recinto ferial y vigilar en los eventos. Sería complicado asignarte alguien que te protegiese, y creo que tú sabrás cuidar de ti mismo si te doy los medios para ello.
–Tienes que estar hablando en broma –dijo Antonio–. ¡Yo nunca he tocado un arma!
–Pues ya es hora de que eso cambie, ¿no? Te daré una cuando vengas a mi casa, ¿de acuerdo? Mientras te enseño a disparar, al menos tendrás una mínima posibilidad de defenderte...
–Hablando de tu casa –dijo Antonio, intentando cambiar de tema. No quería empuñar un arma–. ¿El expediente de Álvaro se dañó?
–Qué va. –Alfonso le quitó importancia con un gesto de la mano–. Los que si que están mal son mis muebles.
–He estado dándole vueltas a algo desde entonces –continuó Antonio, ignorándole.
Se apartaron para dejar pasar a dos agentes del CNI.
–¿Y bien? –apremió Alfonso.
–John presentó un billete para viajar a Canadá la semana en la que murió Álvaro, ¿me equivoco?
–No, estás en lo cierto.
–Y ese billete... ¿se llegó a comprobar su utilización?
Alfonso clavó sus ojos azules en los pardos de Antonio. Sus pupilas se dilataron, y Antonio supo que había resuelto una parte del rompecabezas.
Alfonso sacó su teléfono móvil y marcó un número.
–Ana –dijo, con voz tensa–. ¿Recuerdas los billetes que presentó John Clark es un juicio?
Alfonso aguardó unos segundos.
–Sí, esos mismos. ¿Están en el archivo de John? –Alfonso calló unos segundos–. Quiero que compruebes ahora mismo si llegaron a ser utilizados. Quizá... quizá saquemos algo en claro de todo esto.
Alfonso dejó a Antonio y salió del edificio, no sin antes decirle:
–Iré a las diez a tu casa, ¿de acuerdo? Te contaré lo que hayamos averiguado.
Antonio asintió. El pulso se le aceleró. ¿Tendría John algo que ver con la muerte de Álvaro después de todo? Si era así, ¿su muerte estaría relacionada con ello? En su mente surgían cientos de preguntas.
Pero ninguna respuesta.
***
A las diez, tal y como Alfonso le había dicho, llamaron al telefonillo. Antonio pulsó el botón para abrir la puerta, asegurándose antes de que se trataba de su amigo. Desde que estuvieron apunto de matarle, se había vuelto muy desconfiado.
–Buenas noches... –masculló Alfonso cuando Antonio le abrió la puerta.
Al igual que en el piso de Antonio, la puerta de entrada daba a la cocina. Y al contrario que en el hogar de su amigo, esta estaba perfectamente ordenada. Los platos sucios en el lavaplatos, la encimera reluciente y la vitrocerámica libre de cualquier olla con comida pegada.
–Vamos al salón. –Antonio lanzó una mirada furtiva a la carpeta marrón que llevaba Alfonso debajo del brazo, ligeramente doblada y húmeda en los bordes. Sin duda, era el expediente de Álvaro, ya que desprendía un familiar olor a cerveza.
Entraron en la sala de estar, más grande que la de Alfonso. Dos sillones y un sofá rodeaban una mesa de madera oscura baja. Una televisión de cincuenta pulgadas se encontraba sobre un pequeño mueble, delante del sofá. Más adelante había una mesa para ocho comensales, amplias ventanas con vistas al resto de Nuevo Torneo y una lámpara de pie.
Alfonso se sentó junto a Antonio en el sofá.
–¿No tienes una mísera cerveza? –se quejó.
–Primero dame respuestas –zanjó Antonio.
–Está bien... –resopló Alfonso. Enseguida recuperó la compostura–. Ana ha investigado los billetes. Como tú sospechabas, nunca llegaron a ser utilizados. ¡No sé cómo se nos pudo pasar comprobarlo!
–Entonces, ¿John mató a Álvaro? –inquirió Antonio.
–Probablemente. De hecho, he encontrado algo que podría explicarlo.
Alfonso abrió la carpeta marrón y extrajo de ella un pequeño trozo de papel arrugado.
–¿Qué es esto? –preguntó Antonio antes de cogerlo.
–Una de las primeras fórmulas del Proyecto Hydra.
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Proyecto Hydra
Mystery / ThrillerEl Proyecto Hydra. Una idea del Gobierno de España. Su objetivo es crear un fármaco para poder convertir a los militares en supersoldados. Llevan seis años con esa investigación, y quieren tener el suero ya. Antonio González, jefe del Proyecto, tien...