Capítulo 7: FBI

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El coche de policía avanzaba raudo por la SE-30. Los demás coches se apartaban de su camino, convirtiéndose en borrones blancos y plateados.

–Juan y yo entraremos con las pistolas en alto en la casa de Manuel. Antonio, tendrás que esperar en la planta baja. No podemos meter a civiles en un asunto así –explicó Alfonso, en el asiento del copiloto.

Juan Gutiérrez iba sentado junto a Antonio, detrás, y Ana conducía el coche.

–Entendido, jefe.

–¿Por qué crees que serán necesarias las pistolas? –inquirió Antonio.

–He tratado muchas veces con criminales. Antes de cometer el crimen saben que probablemente les acabaremos descubriendo, así que deben tener algo con lo que defenderse –respondió Alfonso con tranquilidad, como si fuese la cosa más normal del mundo.

Antonio se encogió de hombros. El policía era él, así que no pondría objeciones.

Tomaron una desviación y entraron de nuevo en la ciudad, con rumbo a Sevilla Este. Al poco llegaron, y se adentraron en el mar de edificios blancos y anaranjados.

Antonio consultó su teléfono móvil. Habían descargado los datos de Manuel almacenados en el ordenador central del Proyecto Hydra para averiguar su dirección y poder arrestarle para interrogarle.

–Creo que es a la derecha –masculló–. En la calle Gema...

Se detuvieron frente a un bloque de pisos y se apearon del coche.

–Segunda planta a la izquierda.

Alfonso llamó al telefonillo. Al no tener la orden de un juez, no podrían entrar por la fuerza. Tendrían que esperar a que Manuel les abriese. Hablaría solo Antonio para que le abriese la puerta.

Esperaron unos minutos, pero nadie respondió. Llamaron repetidas veces.

Nada.

El portero, un hombre de cincuenta años y pelo canoso, se levantó de su silla esbozando una mueca cansada. Lentamente, mientras se colocaba bien sus gafas marrón claro, abrió la puerta.

–¿Puedo ayudarles en algo?

–Buscamos a Manuel Ramírez, señor –dijo Ana.

–Manuel... ¡Ah, sí, Manuel! Me temo que se ha ido de vacaciones ayer mismo. Era a... a... Nueva York, eso. Vaya nombrecitos que tienen las ciudades americanas –añadió en voz baja.

Alfonso se pellizcó el puente de la nariz y suspiró.

–¿Está seguro, señor?

–¡Desde luego! Como buen conserje que soy, estoy al tanto de la vida de los habitantes del bloque para ayudarles en lo que necesiten –replicó el hombre.

–De acuerdo, muchas gracias. ¿Sabe a qué hora salió el vuelo?

–Oiga. Soy un buen conserje, no un cotilla. –Y dicho eso, cerró la puerta y volvió a su puesto.

Alfonso golpeó una pared de granito y se hizo daño en la mano.

–Tenemos que llamar a Elena Flores –decidió Alfonso.

–¿Quién es esa mujer? –preguntó Antonio, impaciente. Tenían que capturar a Manuel a toda costa y limpiar el Proyecto Hydra.

–Una de las líderes de la Policía Nacional. Se pondrá en contacto con el FBI para que capturen a Manuel –respondió Juan, mientras su jefe marcaba un número en su Samsung y volvían al coche.

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