Si nunca lo intentas nunca lo sabrás

164 25 5
                                    

"Señorita:

Lo siento por no despedirme el día de ayer, pero tuve que desaparecer por un asunto.

Prometo remediar mi error con algunas golosinas (aunque no sé si sean de su agrado <3).

Nos vemos pronto,

-FM".

Durante un largo rato miré el rectángulo color morado con el corazón nadándome en el estómago. Hasta que finalmente lo doblé y guardé dentro de la pequeña caja de madera, junto a los demás. Sí, los guardaba. ¿Por qué? No lo sabía. Después de todo, Fred solo era un chico que se tomaba el tiempo de mandarme recados y yo no podía darme el lujo de tirarlos al cesto de basura. No me animaba. Una parte de mi quería y tenía que conservarlos.

No lo entendía.

No me entendía.

—¿Y eso?

La voz de Anna me sobresaltó

—¿Puedo saber a qué se debe esa bonita sonrisa? —continuó mientras recogía la bandeja con los restos de mi almuerzo.

¿Sonrisa?... ¿Mía?

¿Estaba sonriendo?

—N-no estaba... —tartamudeé y luego carraspeé—. No estaba sonriendo.

Anna me miró a manera de sospecha. Yo me encogí de hombros, como si un simple recado no me hubiera dejado pensativa durante minutos y yo no hubiera sonreído como estúpida sin darme cuenta. Como si no estuviera escapando de algo que, aunque era obvio, todavía no era capaz de aceptar.

—Tranquila, no te haré un interrogatorio tipo FBI —bromeó—. Pero si un chequeo tipo ECG, así que a levantarnos señorita.

Señorita...

No respondí.

Aquella duda me envolvió una vez más y enseguida me di cuenta de que eso no estaba bien.

¿Existía esa mínima posibilidad de atracción?

Antes de tan siquiera imaginarme una respuesta, sentí mis mejillas calentarse y mis ojos arder. Aquel hormigueo tan familiar se escabulló por las palmas de mis manos y trepó por mis brazos hasta llegar al centro de mi pecho.

Comencé a tronarme los dedos.

—Catherine, ¿puedes estar quieta un segundo? —dijo ella, al tiempo que pasaba el estetoscopio por debajo de mis costillas e intentaba reacomodar los auriculares a sus oídos.

Suspiré.

—Lo siento.

La plática no fue más allá mientras avanzaba el chequeo. Anna me observaba de vez en cuando y evaluaba la escena, intentando encontrar la razón de mi comportamiento. Aunque nunca la encontraría. Yo no lo permitiría. Ni a ella... ni a nadie.

Con una postura erguida y el estetoscopio en el cuello, me sonrió.

—Listo. Al parecer, todo en orden —dijo alisando su bata—. ¿Quieres descansar?

Como si ella tuviera que saberlo y yo necesitarlo, inesperadamente pregunté:

—¿Y Fred?

Y no pude evitar arrepentirme. Gradualmente, la vergüenza me invadió. Tenía que estar demasiado idiota como para preguntar eso en un momento innecesario. Ser consciente de lo que implicaba me confundía, me perdía. Demasiado, al punto de ya no distinguir mis sentimientos hacia Fred.

Amistad no era.

Tampoco era ese algo más.

—Por cuestiones de ética, no debería —Ella me respondió—. Pero hagamos como que esto nunca pasó, ¿ok?

Segunda oportunidad (YA EN FÍSICO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora