Soñador del mar

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—Supuse que estaría aquí —dijo con su voz suave.

Terminé de abrir la puerta y de darle acceso a mi habitación. Él vestía un short azul, chaleco del mismo color y un mono gorrito a juego. Como siempre, tenía una mueca en el rostro y había brillo en sus ojos. El silencio desapareció para convertirse en mi respuesta sarcástica.

—Pues sí, ¿en dónde más?

Myers río.

—Eso me recordó a cuando nos conocimos —respondió alegre—. Por cierto, me disculpo por haberme comportado como un patán ese día. Estaba muy nervioso.

Me puse colorada y tras el momento mi cuerpo se empezó a tensar. La pena, la emoción y la vergüenza disimulada me querían dominar por completo.

—¿Nervioso? ¿Por qué? —quise saber.

Él suspiró, desvaneciendo su sonrisa.

—Por usted.

En ese instante, el mundo se detuvo.

No sabía que hacer o que responder, me encontraba confundida. Traté de no demostrarlo, aunque fue en vano porque Fred carraspeó y caminó, alejándose de mí, lo que provocó que una parte de mí se rasgara. No supe la razón, pero algo en mi interior me gritaba que no lo dejara de esa manera. Estar así me hacía entrar en desesperación.

—Bueno —pronunció reincorporándose—. ¿Vamos?

—¿Adónde? —pregunté extrañada, temerosa.

—No lo sé, a algún lado que no sea este hospital que huele a alcohol y enfermedad—bromeo y rodé los ojos—. ¿Qué dice?

—No te entiendo —farfullé.

Fred se llevó la mano a la barbilla.

—¿Le parece buena opción ir a la playa?

Oír eso hizo que casi me ahogara, literalmente. Por unos segundos no dije nada, solo me le quedé mirando, callada e incrédula, con los labios apretados y agrietados. El chico parecía querer reír pero se contuvo lo más que pudo.

—Es broma, ¿verdad? —ataqué cruzándome de brazos.

Me miró con diversión.

—Nop.

—No podemos salir —dije de inmediato.

—¿Por qué no? —me retó. «¿Por qué no?».

—P-porque no nos dejarán —señalé, muy segura de mi misma aunque el tono de voz que utilicé dijera lo contrario—. Simple.

—No se tienen que enterar —replicó, ingenuo y audaz—. Además, hay una playa a quince minutos de aquí. No iríamos por mucho tiempo.

Sin haber motivo aparente, una vez más, tuve esa decisión impulsiva.

—¿Me lo prometes? —le pregunté.

—Le doy más que mi palabra.

Sonreí.

—Bien.

Una vez que me dio mi privacidad para estar a solas y cambiar mi bata por algo de ropa —mamá acostumbraba a tener un bolso con prendas provisionales por "si acaso"—, me puse a pensar si todo era real. Ya vestida con un pantalón corto y una blusa de manga larga me dispuse a salir del cubículo. No sabía exactamente qué consecuencias traería consigo lo que íbamos a hacer, pero estaba dispuesta a afrontarlas.

*

Mi pecho era la sede de una revolución de sentimientos, y entre ellos destacaban el arrepentimiento, la emoción y el desconcierto.

Segunda oportunidad (YA EN FÍSICO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora