Ella (capítulo 9)

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Ya casi se tenían que despedir "Que injusta es la vida" -pensó- la extrañaría, claro, era la mejor cosa que le había ocurrido en la vida, pero, ¿Qué haría sin ella?

¿Qué haría sin sus abrazos?

¿Qué haría sin sus besos?

¿Qué haría sin su cálida piel?

¿Qué haría cuando necesitara a alguien para charlar de su futuro?

¿Qué haría cuando quisiera oler flores y verlas?

¿Qué haría sin ella?, ya, me imagino -dijo- voy a estar como esos rockeros, maldiciendo todo el día y escribiendo canciones que solo te llevan a volverte loco, me imagino fumando y bebiendo por ella, me imagino autolesionándome por ella, pero hay algo que aún me tortura más, hay algo que no me deja tranquilo, me imagino estar sin ella.


En dos días Gabriel se iría y la dejaría a ella, quizás por unos días, quizás por unos meses, quizás años... quizá, quizá y quizá.

Quizá no la volvería a ver.



Gabriel corrió hacia la sala, buscándola, buscando su belleza, buscando aquello que lo hacía feliz, buscando aquello tan bonito, buscando aquello que amaba, pero, buscando aquello que pronto dejaría de ver. Ahí estaba, hermosa como siempre, serena como siempre, simpática como siempre.

-Hola.

-Hola Gabriel.

-¿Podemos ir al jardín hoy?

-Claro.

Notaba algo extraño en sus ojos, una indiferencia o talvez trataba de evadirlo, no sé -pensó-, quizá no quería -al menos en sus últimos dos días, ahí, con ella- ilusionarse, quizá, pero no sabía en realidad que pasaba tras sus ojos, un misterio, un enigma, eso es ella.

-¿Has visto a mi padre?

-Han salido, yo me quede a hacer mis deberes.

Estamos solos, nadie nos podría ver, mejor, podría tomarla, acariciarla, besarla como si fuera el fin de los tiempos, como si no hubiese un mañana, besarla y tomar su esencia, absorberle su presencia, besarla y llevarse consigo algo de ella, en su alma, en su mente, en su corazón.

-Espérame aquí, iré por un abrigo.

-Vale.

El tiempo era su mayor enemigo en ese momento, no se podía imaginar el tiempo que perdería mientras buscaba el abrigo. ¡La quiero aquí, no quiero que se vaya!, la quería ahí, claro, quería aprovechar cada segundo que le quedaba en aquel pueblo junto a ella.

-Vamos. -Dijo mientras tomaba su cartera-

-Bueno, vamos.

¿Por qué está así conmigo? ¿Qué he hecho para merecer esto?

-Estas hermosa.

Maldita sea, estaba jodidamente loco por ella, claro, era hermosa, la más hermosa que sus jodidos ojos habrían podido ver en toda su jodida vida, pero todo termina, todo acaba, así uno no quiera, en unos días se iría y quizá no la volvería a ver, al menos habría sido feliz por unos días, pero ¿El resto de mi vida?, ¿Si encontrare a alguien que me haga feliz?... Miles de preguntas lo torturaban en ese instante, miles de preguntas y también miles de segundos, todo era una tortura, se iría, la dejaría ahí.



Llegaron al jardín, como de costumbre, siempre que iban ahí charlaban sobre las rosas (sólo habían ido dos veces, de hecho está era la segunda), sobre los girasoles, orquídeas, etc. Y hablaban de ellas como si fuesen personas.

-La hierbabuena, ahí, es como si nadie la quisiera, de lejos, pero luego que te acercas quisieras hundirte ahí y pasar el resto de tu vida oliendo su aroma.

-Nadie quiere nada de lejos -Dijo Gabriel.

-Lo sé, de lejos todo es tan tétrico, de lejos, de lejos no quieres nada.

Gabriel se hacía trizas por dentro.

-Te amo.

-Perdón Gabriel, es que...

-Lo sé -Interrumpió- lo sé, maldita vida la mía, lo sé -grito- sé que me iré, pero... Te amo, estoy jodidamente enamorado de ti y no quiero, no, no lo quiero -suspiro- no quiero separarme de ti, no.

-También te amo.

Se besaron.

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