7:La fiesta de los mil demonios

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La abuela abrió la puerta de inmediato confundida y agobiada ante mi repentina aparición. No pude resistir y me lancé a sus brazos mientras lloraba y temblaba de miedo, esperando que esa sensación pasara, esa que me hacía sentir como si me hubieran lanzado una flecha en el pecho y no me dejara respirar.

─Adara ¿qué pasa?

No respondí solo cerré los ojos con fuerza tratando de calmarme.

Sentía la mano fría y suave de mi abuela pasar lentamente por mi cabello en busca de respuestas y en un intento de calmarme, también sentía a mi hermana parada en el marco de la puerta, que por alguna razón había preferido callar y quedarse a observar que pasaba.

Me dolía la garganta y el pecho, las piernas y brazos, los raspones me ardían tanto como mis pulmones, sofocados a falta de aire, en busca de el, intento que era en vano si no conseguía calmarme.

─Es real abuela. ─conseguí decir en voz baja y débil. ─Tengo mucho miedo, es real.

─Tranquila, vamos a encargarnos ee eso. ─dijo en tono bajo.

❀❀❀

Miraba fijamente la pared blanca mientras personas vestidas con uniformes de oficial pasaban por delante de mí de manera veloz.

El asiento de la comisaría era frío y duro pero al menos me sentía segura.

Giré mi cabeza hacia la derecha y ví a mi hermana, quien hasta ahora llevaba todo el rato sin decir absolutamente nada, desearía haber roto el silencio incómodo pero prefería disfrutar de el.

Mi abuela salió después de un rato y no pude evitar sentirme inquieta de momento.

─¿Qué te dijeron?─pregunté con voz cansada y deprimida.

─Empezarán una investigación, no tenemos a nadie en concreto, pero sin duda, no podemos quedarnos a esperar, sea quien sea, pero no te preocupes los oficiales de verdad están tomándose esto muy enserio. ─dijo y se sentó a mi lado lentamente para luego pasar su brazo por encima de mi hombro.

Para todo, ésta la abuela, sin duda alguien que con solo una caricia te hace sentir a salvo.

─¿Podemos irnos ya?─digo devolviendo mi vista al suelo.

─Claro.

Mi hermana se levantó al mismo tiempo que lo hicimos mi abuela y yo, aún seguía callada, sin opinar nada, ya era demasiado raro, antes era indiferente y fría, pero estaba solamente callada sin expresión alguna.

Hasta me recuerda a Ryan, pero peor, porque el solo es algo frío, y porque él parece ser así desde nacimiento, definitivamente no es lo mismo.

Nos montamos todas al auto de la abuela y mientras ella conducía, pude sentir algo de calma, no me sentí presionada, no tenía miedo, simplemente estaba en paz conmigo misma, de manera temporal obviamente, pero al menos lo estaba y al menos para mí era suficiente. Por eso sólo me quedé mirando a través del vidrio, mirando todo lo que dejábamos atrás según se movía el auto, y aprovechando el silencio grato que había y esperaba que hubiera al menos hasta que llegáramos a casa.

Tenía los pies llenos de vendas al igual que en mis manos y brazos debido a los raspones, heridas que ya ni dolían.

Por un momento hasta pensé... Que tanto mi abuela como mi hermana me conocían tan bien al punto de guardar silencio aunque les sea incómodo, sólo para no interrumpir mi calma. Y aunque nunca salió de mi boca, les agradecí internamente.

No dejes que se marchiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora