12:Ojos tristes

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Miré a mi hermana un tanto furiosa y confundida.

Me acerqué al escritorio para agarrar la carta pero me aguantó por el brazo y me miró fijamente.

─¿Qué dice la carta Stella?

─No te importa.─dijo con hastío.

─No, Stella, nunca me dijiste que tenías una carta igual, n-no.

─¡Vete de mi habitación Adara!

Me empujó afuera y aunque trate de resistirme y luché para volver a entrar con todas mis fuerzas fue imposible, cerró su puerta con llave aunque toqué y le grité una y mil veces, pero nada. Me resigné y furiosa, volví a mi habitación.

La carta.

Fui en busca de la carta que recibí, la había destruido pero no me había desecho de ella, la había guardado en un cajón del escritorio.

La saqué y grité para mis adentros pero traté de unir sus partes que por suerte no eran pequeñas, en su momento sólo buscaba destruirla como quería destruir todo el dolor.

Tardé al menos más de dos horas uniendo sus pedazos, busqué cinta adhesiva y junté con delicadeza y dedicación toda la carta.

No había quedado igual que antes por las obvias grietas y la cinta adhesiva pero al menos se podía leer lo que decía y estaba todo en orden. Leí de reojo las palabras plasmadas en la hoja y el estómago se me revolvió, volví en poner la carta en su sobre, la agarré y fui en busca de mi abuela.

La ví sentada en el sofá leyendo un libro. Por su mirada pacífica supe de inmediato que ella sabía a lo que venía y solo me esperaba pacientemente.

No había nadie como la abuela, la abuela podía estar hecha pedazos siempre te miraría con ternura, podía estar llorando desolada, si llegabas necesitando de ella te recibiría con una sonrisa y te apoyaría de manera incondicional, no te juzgaba aunque tus decisiones no fueran correctas, era una mujer paciente y fuerte y que por alguna razón se culpaba de todas nuestras desgracias.

Me senté a su lado y apoyé mi cabeza en su hombro le entregué la carta y aunque trató de ocultarlo sus manos temblaron levemente, la abrió con la delicadeza con que hacía todo y la leyó.

Sus lágrimas para mí eran dulces, caía de sus ojos lentamente, eran como un oasis en un desierto, sus ojos claros al llorar, cristalinos, me hacían sentir de verdad en casa.

Después de leer guardó la carta nuevamente en el sobre y la puso en mis piernas, secó sus lágrimas y acarició mi cabello.

─Abuela... ¿Qué es todo esto?

Sus manos aún algo jóvenes pasaron de acariciar mi cabello y fueron hacia mi rostro para realizar la misma acción con mucha más dedicación. Me pregunté por qué había dado a luz tan jóven y había abandonado su yo del pasado, me cuestioné como lograba aguantar tanto y cuidar de mi hermana y de mí, y sonreí para mis adentros mientras cerraba los ojos lentamente.

─Perdóname Adara.

─Abuela─susurré.─No hay nada que perdonar.

─No te puedo explicar nada, créeme cuando te digo que la vida del ignorante es mucho mejor, n...

─No abuela, la vida del ignorante es un asco.

─Ada.

El vello de la piel se me puso de punta al escuchar esa palabra, esa mención simplificada de mi nombre que solo era pronunciada por una persona.

─¿Sabes que podría pasar si supieras la verdad?

─Aparte de estar desprevenida, no sé.

─Estarás anclando tu vida a cosas horribles.

No dejes que se marchiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora