CAP 8

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No estaba allí con ese chico. Estaba en otro lugar. Con otra persona.

Quizá yo mismo fuera otra persona.

Porque en eso consistía, ¿verdad? Cuando me liberaba, salía de mi cuerpo. Me desprendía de la culpa, del dolor y de los malditos secretos y... ¡lo mandaba todo a la mierda!

Me apretujé contra el cuerpo de mi acompañante con desenfreno.

Se le escapó un ronco gemido de placer, me agarró por el culo, me pegó con fuerza a su entrepierna y noté que estaba empalmado.

Inspiré con fuerza y eché la cabeza hacia atrás. Vi la lujuria en sus ojos.

Vi cómo fruncía los labios. Estaba acercándose más, o para comerme la boca o para susurrarme que nos fueras de allí cuanto antes. No deseaba a ese desconocido. Deseaba todo lo que había perdido y todo lo que no podía conseguir, y solo quería salir corriendo.

Pero ¿Cómo puede uno huir de sí mismo?

Me puse nervioso al imaginar lo que iba a decirme el chico, convencido de que respondería que sí a lo que me propusiera y de que me arrepentiría a la mañana siguiente.

Y entonces mi mundo se vino abajo.

Me oí gritar cuando alguien apartó de un empujón al matón, y luego oí mi suspiro ahogado de sorpresa al ver quién era el hombre que había tenido la caballerosidad de apartarlo de mí.

Mile.

Me quedé paralizado mientras Mile se acercaba más a mí, hecho un basilisco. Sin embargo, bajo esa ira aparente percibí el fuego de su mirada, que me recorrió el vientre hasta instalarse entre mis muslos. Mierda. Ahí estaba: mi fantasía hecha realidad. Aunque una parte de mí daba saltos de alegría, la otra se preguntaba cuándo narices habría empezado a tener alucinaciones. Porque aquello no podía ser verdad. ¿Cómo demonios iba a ser posible?

-¿De qué coño vas, colega? -espetó el matón al tiempo que propinaba a Mile un buen empujón en el hombro y se cargaba mi teoría de que todo era un sueño-. ¿Quieres apartarte de mi chico?

Estuve a punto de decir que yo no era su chico, pero la mirada enfurecida de Mile se intensificó y opté por lo más inteligente: me quedé calladao.

-El no es tu chico -respondió Mile con serenidad-. Y yo no soy tu colega.

El matón entrecerró los ojos y vi cómo cerraba el puño de la mano derecha.

-Tienes que aprender modales, niño bonito.

Mile se quedó mirando el puño ya cerrado y volvió a levantar la vista hacia el tipo.

-Yo de ti me lo pensaría mejor.

-Que te den -repuso el matón, y lanzó un derechazo con la misma rapidez con que pronunció las palabras.

Con un movimiento propio de James Bond, Mile se desplazó a un lado y esquivó el impacto.

-Yo no volvería a intentarlo. -Parecía tranquilo, aunque había algo en su actitud que lo convertía en el mayor hijo de puta de la sala. Y estaría dispuesto a demostrárselo a quien lo cabreara.

El matón había perdido el equilibrio y se tambaleó, mientras miraba a los que bailaban alrededor, que por fin se habían dado cuenta de la trifulca. Se humedeció los labios y percibí que se debatía entre el sentido común y la chulería. Al final, relajó un poco la expresión e hizo una rotación de hombro, como despreocupado.

-Lo que tú digas, tío. De todas formas, la zorro no vale la pena.

Más rápido de lo que yo hubiera creído posible, Mile alargó una mano, agarró al hombre por el cuello y se lo acercó a la cara.

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