CAP 15

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Alan Parker había sido el abogado de mi tío desde que yo tenía memoria. Era un anciano con un despacho que hacía esquina en un prestigioso bufete de abogados que también gestionaba los asuntos administrativos de HJH&A.

Llegué al despacho agobiado, pegajoso por el sudor y diez minutos tarde porque me había roto un zapato, y subir en ascensor hasta el ático y volver a bajar me llevó mucho más tiempo del que creía. Debería haber cogido un taxi, pero me apetecía pasear y supuse que podría recuperar el tiempo perdido.

Supuse mal, y cuando la recepcionista me acompañó por los pasillos hacia la sala de reuniones, me sentía realmente sucio. Tenía la espalda de la camisa impregnada de sudor por debajo del jersey de punto y el pelo muy encrespado.

Me consolé pensando que sería solo una más entre las docenas de beneficiarios, y que en la abarrotada sala de reuniones nadie se fijaría en mí.

Sin embargo, solo había una persona en la habitación. MILE.

Se levantó cuando entré, aseado y elegante, en contraste con mi aspecto desaliñado y lamentable.

Hizo un educado gesto de asentimiento con la cabeza y volvió a sentarse.

No vi ni rastro del hombre de la pista de baile. Ni tampoco del hombre que me había preparado el chocolate caliente y me había abrazado con fuerza. Ni siquiera veía al hombre que me había dado un plantón.

No conocía a ese Mile, y me convencí de que era lo mejor. Decir a Kevin que iba a mudarme a Washington había sido una reacción instintiva, pero, por lo visto, había sido la correcta. Y me impactó la premura que sentí de anunciar a Mile que me marchaba y que estaba como loco de contenta por ello. Y de darle las gracias.

Antes de tener la oportunidad de hacerlo, entró Alan flanqueado por dos abogados más jóvenes, de cara, peinado y pose tan refinados como sus trajes.

Ocupé una silla enfrente de Mile mientras Alan y sus socios presidían la mesa. Mantuve la mirada fija en los abogados, decidido a no mirar a Mile.

—¿Seguimos esperando a los demás?

—No —respondió él—. Todos los beneficiarios están presentes.

—Ah.

La única abogada garabateó algo en un papel, y luego me sonrió con una dentadura de blancura artificial.

—Gran parte de las propiedades de su tío estaban en fideicomiso y no pasan por manos del albacea.

Asentí con la cabeza como si hubiera entendido lo que significaba.

Alan se aclaró la garganta.

—Como saben, Howard Jahn reunió una importante colección de obras de arte y objetos de artesanía, además de su fortuna en metálico, las acciones y su patrimonio inmobiliario.

Como yo vivía en su ático, que prácticamente era un museo, tenía constancia de esos detalles.

—No mucho antes de morir, el señor Jahn realizó una importante revisión del testamento en lo referente a sus propiedades. Aumentó de forma considerable la cantidad del fideicomiso en beneficio de la Fundación Jahn.

Me refiero a todas sus posesiones, desde el dinero en efectivo hasta la moneda más pequeña de su colección. La cantidad del fideicomiso para la fundación ha aumentado de forma tan considerable que, de hecho, solo quedan tres legados pendientes de herencia. Estamos hoy aquí para asignar esos elementos a sus herederos.

Alan volvió a aclararse la garganta, abrió la carpeta que tenía delante y empezó a leer:

—«A mi buen amigo Mile Phakphum le dejo mi revólver Colt niquelado de seis disparos, que perteneció al mismísimo Al Capone, con la esperanza de que recuerde guardarse bien las espaldas y no bajar la guardia».

EL DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora