CAP 20

333 31 4
                                    

Me desperté en la oscuridad más absoluta, del todo saciado y plácidamente relajado. Mile había hecho que me corriera dos veces más con la boca y las manos, concentrándose en mí por completo, en mi placer, de tal forma que perdí de vista todo lo demás. Perdí la razón. Perdí el juicio. Perdí de vista el puto mundo entero.

Sin embargo, se había mantenido fiel a su palabra: no me había follado.

Se había centrado en mí por completo, esforzándose para que yo fuera exquisitamente consciente de lo que sentía mi cuerpo, de la sensibilidad de cada centímetro de mi piel, de cada terminación nerviosa capaz de enviar dulces señales de goce que me estremecían y hacían que me retorciese de gusto. Me había dejado exhausto de placer, y cuando por fin me quedé inerte e inmóvil, sudoroso y medio dormido, me desató con cuidado, me atrajo hacia sí y me abrazó mientras yo me dejaba vencer por el sueño.

Y ahora, en cambio...

Bueno, ahora estaba despierto. Y quería darme el placer de ver cómo se corría. Quería sentirlo moviéndose dentro de mí, así que cuando me deslicé entre las sábanas para buscarlo, tuve que reprimir la punzada de miedo que sentí al darme cuenta de que no estaba allí.

—¿Mile? —Me incorporé de golpe, diciéndome que el hecho de que no estuviera allí no significaba que se hubiese marchado. Podía estar en el cuarto de baño; podía estar hablando por teléfono; podía estar en cualquier sitio.

Pero yo quería que estuviera a mi lado.

Me levanté y fui al baño. No estaba allí, así que agarré el albornoz de detrás de la puerta, me ceñí el tejido de rizo alrededor del cuerpo y me dirigí al pasillo en su busca.

Lo encontré en la sala de estar, a oscuras. Se había puesto los pantalones, pero seguía sin camisa. La única iluminación de la sala procedía de la vitrina de cristal y cromo que contenía el manuscrito del Bestiario de Leonardo da Vinci. Me quedé al fondo del salón, oculto entre las sombras, y lo observé situarse de pie junto a la vitrina, con la mirada absorta en las páginas del libro, mientras la suave luz inferior hacía que su rostro y el intrincado tatuaje de la enredadera resplandeciesen con un brillo casi mágico.

Me quedé del todo inmóvil. El momento parecía extrañamente íntimo.

Después de todo, hasta hacía muy poco Mile había creído que el facsímil sería suyo, y yo no podía dejar de preguntarme si, en cierto modo, no estaría enfadado conmigo. La posibilidad me preocupó lo suficiente para dar un paso hacia él.

—¿Mile?

Levantó la vista para mirarme, pero no tuve la certeza de que me viera.

Parecía estar lejos, muy lejos, ensimismado en sus pensamientos. Entonces su expresión se despejó y sonrió, tendiéndome la mano en una invitación que acepté con entusiasmo.

—Hola, precioso. Pareces descansado.

Ladeé la cabeza para recibir un beso.

—Me has dejado agotado, ¿sabes? Pero en el mejor sentido de la palabra.

Su hoyuelo cobró vida, y su encanto contrastaba con la malévola marca de la cicatriz que le atravesaba la ceja.

—Me alegro mucho de oírlo. ¿Tienes hambre?

—Sobre todo de ti —dije. Esperaba que se echase a reír, y me llevé una decepción cuando vi que la sonrisa que le afloró a los labios parecía forzada y no le alcanzó los ojos.

Me aclaré la garganta.

—La verdad es que estoy muerto de hambre.

En cuanto lo dije, tuve que reconocer que era la pura verdad. No me acordaba de la última vez que había comido.

EL DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora